La muerte de nuestros muertos
1.-¿Continuaremos o nos espera el irremediable fin? Cualquiera que sea su idea, ésta se compone, al menos, por su situación personal, única e irrepetible, y por lo cultural: observaciones y experiencias que sólo tienen sentido en un mundo que nos hace ser nosotros y no otros.
Ser nosotros y no ellos es un hecho que se ha ido debilitando frente a los embates de la globalización.
No obstante, existen mundos más resistentes y orgullosos de ser ellos mismos. ¿Por qué? Quizá haya algo que ellos entiendan mejor que otros. Es probable que sepan bien por qué es que son ellos y no nosotros ni ningún otro, y es eso lo que los hace saber que merecen su lugar dentro de esta Tierra plural.
La pluralidad existe porque están ellos y nosotros, porque somos muchos y no uno, porque somos diferentes y no iguales, porque valemos lo mismo aunque seamos distintos. Pero sucede que en estos tiempos anhelamos demasiado ser como otros, seguro porque no hemos pensado en lo que vale ser nosotros ni, mucho menos, en lo que implica ser como ellos.
Sin embargo queremos ser como otros, quienes, de ninguna manera, quieren ser nosotros… La forma en que vivimos y morimos tiene para nosotros, los mexicanos, un origen ancestral único en el Planeta. Esta forma ha ido deviniendo en un complejo de símbolos y significados que construyeron la manera en la que entendemos la vida y la muerte; una tradición que encerró un profundo concepto de la vida y de la muerte y su vínculo inseparable en un todo cíclico y eterno. Y es que para nosotros la muerte no ha sido el fin ni el olvido, sino la continuidad y la vida.
Esta creencia dista mucho de otras que se nos han ido metiendo hasta el tuétano. No es subestimar la fuerza del imperialismo totalitarista, sino de alertar sobre la manera en que nosotros mismos hemos ido adoptado gustosa e irreflexivamente las formas de otros.
La idea de muerte que nos hace ser nosotros y no ellos, se fortalece en la creencia de que, en el más allá, no sólo estaremos bien, felices y en paz en compañía de todos y todo lo que hemos amado, sino en la posibilidad de que, de vez en cuando, volveremos al mundo de los vivos para sentir de nuevo el amor y la calidez que nos hace ser nosotros. Sucede, no obstante, que cada año son más y más los difuntos que no tienen a qué venir.
Resulta, pues, que ahora se les espera como seres en desgracia y putrefacción, los cuales, desde luego, tienen un objetivo único: jalarnos las patas mientras dormimos. Ni qué decir de aquellos que vienen con su sierra eléctrica para hacernos cachitos en medio del terror. Parece que esto está siendo divertido para algunos (¿o para muchos?). Nuestros difuntos se han vuelto seres insensibles.
2 .-A pasos agigantados hemos decidido dejar un concepto de muerte apacible, lleno de amor, alegría y bienestar, fiesta y celebración, por otro en que el sufrimiento, el miedo y el tormento son la única posibilidad de los del camposanto. Ahora, el adornar nuestras casas con seres terroríficos de “bonitas y simpáticas caras”, parece mucho mejor que lo que antaño nos hacía ser nosotros.
Paralelamente al abandono de ser nosotros, con la falsa y vergonzosa ilusión de convertirnos en los otros, nuestra sociedad actúa en detrimento de sus valores más íntimos: la convivencia familiar, pacífica y amorosa; la festividad, celebración y alegría; la originalidad y creatividad de nuestras manos.
Todo se está esfumando. Hoy “es suficiente” con comprar un disfraz y calabazas luminosas en vez de rompernos el coco haciendo rimas y calaveritas.
Una idea de muerte trágica y llena de dolor es la que recibimos con alegre irracionalidad. Cada día se celebra y se disfruta más; nos gusta y nos atrae; la seguimos cual borrego sin balar. Ocurre, sin embargo, que mientras adoptamos el concepto de muerte de los otros para dejar de ser nosotros, -siempre otros pero no mejores-, comenzamos a vivir como tales: la vida y la muerte trágica y violenta nos es cada día más normal. Curioso, ¿verdad?.
¿Cuán irracionales podemos ser en el abandono de nosotros mismos y en el vergonzoso anhelo de ser los otros?.
La disyuntiva es clara (y esa sí que es nuestra y no de otros): vivir la vida y la muerte llena de color, belleza, fiesta y celebración, o vivir la vida y la muerte llena de terror, violencia y sufrimiento.
Elegir el abandono de una tradición que fomenta valores y principios únicos, impacta directa y proporcionalmente en la forma en que vivimos y morimos. Las tradiciones son el reflejo auténtico de lo que somos, de lo que tenemos dentro.
De haber adquirido la capacidad ancestral de revivir a nuestros muertos y celebrar la vida, hoy los estamos matando. Ya no celebramos la vida de los muertos, sino su trágica muerte, su tormentosa estadía en el más allá y su regreso lleno de odio y de venganza al mundo de los vivos.
Colocar el altar de Día de Muertos recuerda no sólo la vida de los que se fueron, sino que mantiene con vida el legado positivo que nos han dejado; nos recuerda lo que somos y hacia dónde vamos.
Nos enseñan que en esta vida estuvieron primero, y que de sus virtudes y defectos tenemos mucho que aprender. Por eso se les honran con alegría y se espera que, pese a todo, estén en paz en su eterna morada. No se les teme sino que se les sigue amando y se reflexiona en la muerte.
Sin embargo la evidencia abruma: estamos matando a nuestros muertos. Desde el 31 de octubre salen los zombis con las caras descarnadas y cuchillos ensangrentados; niños que intentando ser otros no saben que son nosotros y “amenazan con dulce o travesura”, y hasta bebés y mascotas disfrazados de un cruel y “amistoso” chupa sangre.
3 .-Cada vez es más difícil conseguir lo que es tradicional, lo que nos es propio. Bondadosos como somos, los mexicanos fomentamos la economía de los otros comprando sus enseres y rechazando los nuestros. Con todo, algo de nosotros permanece. El mantener vivo lo que nos hace ser como somos y nos diferencia de los demás, sólo se hace al comprender lo valioso que es ser como nosotros somos.
Recordar que las tradiciones no son superfluas, sino que encierran motivos y conocimiento, cultura y tradición; encierran historia: nuestra historia. Que valen porque se sustentan en un conjunto de criterios que la justifican para existir, porque nadie más que nosotros podemos rescatar lo que somos.
Pongamos nuestro altar tradicional, honremos a nuestros muertos sabiendo que sólo así, honramos, respetamos y celebramos, como ningún otro en el Mundo, la vida.
Originalmente publicado en La Jornada Veracruz, el 31 de octubre de 2014