El perro callejero
El pasado julio se celebró el Día Internacional del Perro Callejero, mismo que se instauró en Chile, gracias a la propuesta de un estudiante de periodismo llamado Ignacio Gac, quien, en 2008, advirtió sobre la importancia que tienen los perros desamparados que se las arreglan para sobrevivir entre las innumerables adversidades propias de la calle, así como de la crueldad e indiferencia humana. Para su sorpresa, su país instituyó el día actuando en consecuencia…
De inmediato llamó mi atención el lugar en que la propuesta fue tan bien acogida: Chile, uno de los países que albergan en su historia algunas de las tragedias y crímenes de lesa humanidad que más han conmocionado al mundo: peor todavía, la herida causada durante la dictadura militar de Augusto Pinochet permanece como una llaga abierta que sigue atormentando a su gente… México, con todo y sus cosas, no tiene la menor idea de lo que implica una dictadura militar y menos, una liderada por un personaje de ese calibre.
¿Cómo es posible que Chile, teniendo entre sus entrañas esa historia de dolor, sea sensible al sufrimiento de otra especie animal? La respuesta tendría que ver con eso mismo: porque saben lo que es sufrir; sufrir en serio. Y es que enfrentarse al verdadero sufrimiento, como lo es, por ejemplo, a la tortura, motiva en algunos seres humanos la empatía y la compasión… A otros, empero, a la indiferencia. Pero, ¿cómo ser indiferente a la tortura de otro ser vivo cuando se comprende lo que la tortura es?
No obstante, aquí, la indiferencia. En México su gente sufre, pero, ¿esto ha aumentado o ha disminuido nuestra indiferencia hacia las víctimas? ¿Será acaso que tenemos la idea de que “el sufrir” nos justifica para ser indiferentes y causar daño a los demás? Si esto es verdad, ahí está el problema: lo que parece predominar es un acérrimo individualismo, insensibilidad y un “¡sálvese quien pueda!”
Mas el ejemplo de Chile es una prueba contundente de que no hay que esperar a “estar bien” o “no tener dolor” para actuar en favor de los otros; incluso los de otra especie. Sin embargo, el pueblo mexicano parece ser un pueblo egoísta e insensible, pues la forma en la que hemos tratado a otros es un reflejo auténtico de nosotros mismos y de lo que tenemos por dentro. Piense en esto:
En México existen entre 18 y 22 millones de perros aproximadamente, que lo posiciona como el de mayor número en toda Latinoamérica. Pero en nuestro país, la inmensa mayoría (70%) vive en la calle o en circunstancias de poco cuidado, abandono o maltrato; en donde la irresponsabilidad los rodea casi por definición.
Los perros han sido fieles compañeros del hombre desde tiempos inmemoriales, siendo éstos los animales domésticos por excelencia: aunado, han aportado incontables y valiosos beneficios a la humanidad: amigo, guardián, policía, cazador, pastor, terapeuta, socorrista, salvavidas y un sinnúmero de apoyos recíprocos que han surgido de la relación entre hombres y perros. Pero en México decirte perro o perra es una de las peores ofensas.
Además, los perros callejeros poseen notorias virtudes, como lo es su aguda inteligencia, fortaleza física, salud inquebrantable, mayor sentido de la fidelidad, protección, así como un nivel acentuado de conciencia y gratitud: un perro callejero que fue adoptado, por el sólo hecho de recibir el cuidado básico, es una fuente inagotable de reciprocidad.
En cambio, la mayoría de los mexicanos ve a los perros como un juguete siempre y cuando sean producto del laboratorio o de una compra –con costos exorbitantes y ridículos–, en una de esas tiendas que suelen estar en una plaza comercial. Es decir, no se les ve como un ser vivo sensible que merece respeto… Así, cuando llega el momento en el que se comprende que el perro es un ser vivo con diversas necesidades, el encanto desaparece y se les abandona a su suerte.
Estamos en una época en donde padecemos cada vez más de enfermedades como la depresión y la apatía, el odio y la violencia, la falta de vitalidad y el egoísmo, el individualismo e insensibilidad, así como un tipo de “espíritu mecanizado” que sólo busca la adquisición de cosas que nos mantienen más vacíos e insatisfechos: hoy somos más capaces de sufrir por un celular que por un perro con sarna… Le puedo asegurar, no obstante, que tales enfermedades de la mente y del espíritu nunca se encontrarán en un perro.
Lo que quiero decirle, entonces, es que necesitamos mirar esta situación no sólo como un problema de salubridad pública, que lo es; sino como un problema de humanidad, de ética, principios y valores que de enfrentarlo nos hará mejores personas. Después de todo, lo que hacemos con todo animal no humano, es lo que hacemos y somos capaces de hacer con los animales humanos. Esta es la razón por la cual de seguir como hasta ahora, poco o nada podemos exigir para nosotros mismos.
Originalmente publicado en La Jornada Veracruz, el 22 de agosto del 2016
Querida autora,
Me fascinó tu texto. Expone con mucha claridad un problema creciente a nivel mundial. No sólo es en México que se desprecian otras formas de vida, es en el mundo entero. Todo empieza en casa, donde nacemos y obtenemos nuestra educación básica, nuestros valores y nuestra identidad individual y grupal. Es en casa en donde aprendemos a amar, cuidar y respetar. Son los padres los primeros maestros, los que enseñan con su vivo ejemplo día con día. Si los padres compran a una mascota como si fuera un juguete cualquiera, los niños así aprenderán a tratar a ese ser vivo; más aún, aprenderán a insensibilizarse por ese mismo motivo. No es casualidad que los gobiernos sean los perfectos alcahuetes a la hora de deforestar cientos o miles hectáreas en el mundo, que las mineras y petroleras destruyan los ecosistemas completos. Esto surge desde la cuna, cuando no nos enseñaron a sentir empatía por otros seres vivos. Cuando otro ser se convierte en un bien que adquirimos o tiramos en el momento que más nos plazca. Tu artículo me mueve a una reflexión mucho más profunda pues, aunque es bien sabido que el perro es el mejor amigo del hombre, y por eso guarda un lugar especial en nuestro corazón, la naturaleza misma es nuestra madre y compañera eterna… Un ser tan maravilloso como el perro nos puede hacer vivir momentos inolvidables de felicidad y acompañarnos en nuestras tristezas y es difícil de entender cómo es posible que un individuo pueda abandonar a un amigo. Sin embargo, esto pasa todo el tiempo, e incluso entre los mismos seres humanos las traiciones son comunes, ¿qué se puede esperar entonces con otras especies? Parece que el problema de la falta de empatía y de comprensión es mucho más profunda de lo que parece… Si el ser humano llegara a comprender con total claridad la interdependencia que tenemos con toda la vida misma, tal vez podríamos cambiar esto. Siento que este es el problema mayor, como bien dices, no se nos enseña a pensar en nadie más que no sea en nosotros mismos y en lo que nos conviene; no lo pudiste decir mejor ¡salvese quien pueda!…
Bueno, sólo quiero finalizar diciendo que, en verdad me sorprendió mucho saber que en Chile existe este día. Creo que sería importante compartirlo con todos para generar mayor conciencia. Para tratar al resto de los seres vivos de la mejor manera, como trataríamos a un familiar al que amamos. Pensar en ellos no como un bien que adquirimos, sino como una vida tan valiosa como la nuestra, pues ¿por qué algunas vidas tendrían que “valer” más que otras? El fin último es que los gobiernos le den derechos a la madre Tierra (como ya sucedió en Bolivia).
Creo que la autora logra generar conciencia sobre el grave problema que es la apatía humana. Y es que si bien es cierto que hay diferencias entre los distintos pueblos del mundo, el mexicano es uno de los más crueles e insensibles hacia la vida humana y no humana. Los perros, tan leales y llenos de virtudes, son producto constante del desprecio de un sector significativo de la población. Pienso por ejemplo en los seres que pasan su vida confinados en una diminuta azotea; pienso en los que jamás tienen acceso a un hogar porque son mestizos y en los que mueren a diario atropellados por culpa de conductores bestiales que a propósito los asesinan. Es terrible.
Y como dice la autora, después, cuando el perro ya no está, el maltrato, la indiferencia y la apatía se llevan hacia los seres humanos.
En cierto modo, pareciera que los mexicanos nos odiamos. Peleamos entre nosotros todo el tiempo, desde que salimos a la calle hasta que regresamos a nuestra casa; la violencia está ahí. Somos un pueblo violento, muy violento e insensible ante el sufrimiento ajeno.
Ahora bien, aún nos queda la esperanza. Y no en el sentido derrotista. Cada vez surgen más sociedades sin fines de lucro que buscan dar cobijo a los más desprotegidos, como los perros callejeros. Además, en algunas ocasiones como cuando ocurre un desastre de origen natural, los mexicanos mostramos que podemos unirnos dejando atrás la apatía. Sí, es cierto, sólo fenómenos extremos pueden generar ese cambio de actitud, pero significa que algo de bondad queda en nosotros.
Pienso que artículos como estos nos ayudan a abrir nuestra mente hacia aquello que ocurre diariamente pero que hemos aprendido a ignorar.
Los perros han sido, son y serán nuestros aliados en el camino hacia el futuro. Ya es hora de que caminemos lado a lado, como iguales.