Contra la corporeidad, lo material y el riesgo

¿En qué nos hemos convertido? ¿Qué somos en realidad? ¿Será, acaso, que nos hemos convertido en seres esencialmente materiales? Y de ser así, ¿olvidamos ese potencial que no podemos cuantificar?

            Nos han hecho creer que necesitamos de los otros (y de lo otro) para estar bien: nuestra vida está en otras manos (siempre en otras y jamás en las propias); por lo que hay que exigirlo todo, ¡todo a los otros y a lo otro y nunca a nosotros mismos! Pero recibimos tan poco bajo este método… Y una montaña de violencia, materialidad y corporeidad apabullante.

            ¿Qué se contrapone? Algunos lo llaman “espiritualidad”. Quitémonos las poses y tomémoslo en serio. Dudo que sea conceptual: podría ser, tal vez, una cualidad interna que nos acerca a algún sentido de compasión, de amor, de solidaridad y de tolerancia; de fuerza y de vitalidad; de conciencia y de capacidad. De sentidos opuestos a la materialidad y al cuerpo que nada tienen que ver con la religión e instituciones. Permítame explicar por qué.

            He podido convivir con víctimas de violencia: es la reacción de los supervivientes y la de los que opinan lo que me impulsa a sugerir un cambio y a trabajar por él.

            Recuerdo mucho a una mujer quien fuera violada por varios hombres a mano armada. Ella espetó una frase que me sobrecogió: “Yo no soy mi vagina”. Pensé, “si ella asumiera que su completud es su corporeidad -o un pedazo de ella-, ¿cómo podría superarse si le han ultrajado “lo más importante que define a su ser”? Mas alguien objetó: “Lo eres, te guste o no, lo eres”… Creerlo, no obstante, merma y limita la vida; nos distrae, nos pone en riesgo y mengua el potencial al ser lo más fácil de transgredir.

             “Otras mujeres prefieren morir que dejarse violar”, le han dicho. Frase que lleva consigo un dejo de reclamo, ¿por qué? Su supervivencia, sería entonces, una suerte de culpa vergonzosa… Pero no se dejó violar: jugó sus cartas por sobrevivir. La dificultad, empero, está en confrontar las interpretaciones que tenemos de nosotros mismos y del mundo, pues de esto depende todo lo demás: la vida.

            Existen innumerables casos de víctimas mortales por “defender” lo material o por “defenderse” a través de la corporeidad: sabemos que ésto no funciona. En cambio, cuando la fantasía se convierte en realidad, nadie puede prever qué es lo que hará. No se está preparado…

            Si usted se convierte de súbito en una víctima, entre más resistencia física y material ponga, más exacerba la sensación -indispensable- de poder en el agresor. Es cuando éste comienza a violar, golpear, mutilar y maltratar con un vigor en aumento. La víctima, al ser sometida, comienza a gritar; a desesperarse y a agredir. El victimario, excitado, se motiva más: no se detiene hasta concretar su poder. Pero ésto no es lo mismo que defenderse.

            Por el contrario: parece que lo que aumenta el potencial es una defensa que opera a un nivel contrario al cuerpo y a lo material. Uno que esta adentro y no afuera… ¿Qué tienen en común los supervivientes? Veamos:

            Que ceden; renuncian a su ego; cancelan cualquier idea de “hombre o de mujer” que les pudiera incitar a hacer algo falaz; no pierden la calma: no gritan, no se quejan; mantienen pensamientos positivos; tienen fe; prestan suma atención a su alrededor; no se oponen a ninguna petición; son creativos; conviven con sus agresores: intentan forjar un “vínculo” de empatía…

            Inventan cosas del tipo: “esta bien, sólo sábete que estoy embarazada o enfermo de…”, y actúan en consecuencia; renuncian a la violencia; no agreden ni física ni verbalmente; no se entregan al miedo; se controlan; son pacientes; confían. Las víctimas hacen sentir a sus agresores que éstos tienen la razón y que, en efecto, tienen el poder. No los hacen dudar… Y negocian: no ruegan, no suplican: manejan el engranaje mental y emocional.

            Los supervivientes, además, tienen otros rasgos: suelen ser altruistas, desapegados, amorosos, pacientes, tolerantes, solidarios, sensibles; intuitivos; no son ególatras ni individualistas; son compasivos; algunos creen en algo más, otros no; pero todos comparten un entendimiento del mundo y de ellos mismos que es, de facto, distinto. Parece que pueden manejar la complejidad: sospecho que es la puesta en juego de la Inteligencia Emocional de la que nos habló Goleman (1995).

            Sucede así que desciende la exacerbación del agresor, ¿por qué? Porque consigue lo que necesita fácil y rápidamente. Es decir, obtiene la confirmación de su poder omnipotente; lo material y la corporeidad de la víctima. De tal suerte, no tuvo que demostrarse a través de la fuerza bruta, cruel y desmedida pues la víctima le dio, de inmediato, todo cuanto necesita creer, saber y tener para sentirse vivo.

            Creo que ahí está la clave: en una especie de dialéctica entre el que se asume como víctima y el que lo hace como victimario. Puedes ser tú quien está amordazado, pero mantener el control de sí mismo con la mente, el espíritu y la palabra (en igual de circunstancias).

            Yo no tengo la respuesta; mas comparto la experiencia. Honestamente, veo que la réplica implica un franco trabajo mental y espiritual (o llámelo como se sienta más cómodo); pero éste no opera por separado ni está en lo material o el cuerpo… Eso sí, se le construye a lo largo de la vida.

            ¿Por qué nadie nos enseña esto? Además de las falaces poses de nuestros días, estamos cómodos enterándonos de la desgracia de los otros, ¡que no son los otros sino nosotros mismos!, y nunca nos pasa por la mente, ¿y si me pasara a mí, qué haría? Diversos tipos de violencia nos pisan lo talones…

            ¿Hacia dónde ir? ¿Cómo confiar cuando el recuerdo te quiebra el corazón? ¿Cómo no temer si nadie te ayudó? ¿Cómo hacerlo si nadie cuida de ti, de mi, de ustedes, de nosotros? ¿Cómo hacerlo si se te traicionó? ¿Quién nos hará fuertes para continuar? Y, sin embargo, mirar a los supervivientes, sentir el amor que les brota; el perdón y la gratitud, me hace pensar que es, en la modificación de las ideas que tenemos de nosotros mismos y del mundo, en donde podríamos encontrar las pistas… Y es que, después de todo, yo sigo queriendo a México… sigo creyendo en él: es que yo sigo creyendo, en nosotros.

Originalmente publicado en La Jornada Veracruz, el 14 de junio del 2015

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