Contra la violencia de género, romper los conceptos es la única manera
Para hablar de democracia exploramos el seno de la familia; cuando queremos hablar de violencia de género, hay que hacerlo desde el seno de las relaciones, de diverso tipo, entre ambos sexos. Se dice que la relación de Simone de Beauvoir y Sartre llevaba consigo el “no desestimar el amor y la amistad plurales”, lo que en sí mismo no impedía los conflictos, al contrario. No se trataba “de una política de la felicidad sino de una exploración hacia la libertad”. En una política de la felicidad, o cualquier política que pretende establecer reglas de operación y de conducta, surgirá el conflicto, pues el flujo de lo humano no opera por el decreto de uno solo hacia el otro, o de unos cuantos hacia el resto.
Procurar un tipo de relación, cualquiera, en tanto sea una exploración recíproca hacia la libertad, invariablemente tendrá conflictos; empero, si es honesta y desinteresada, los tendrá por mucho menos que si es una relación forjada en el “deber ser”. Supone lo más importante: una experiencia en la que se está en continuo aprendizaje respecto a qué es la libertad, cuándo es legítima y cuál es el camino más adecuado para alcanzarla. En el trayecto, los errores colman. La búsqueda no es fácil.
Una relación que se vea así misma como libre debe serlo porque está explorando la libertad mutua, que, entre tanto, implica la pluralidad y la no exclusividad, no obstante también la independencia, la autodeterminación y la liberación de las marañas y patrañas de las conductas socialmente impuestas y aprendidas: nadie puede llamarse libre si mantiene a ultranza los comportamientos que no le son suyos como sujeto, sino que se los implanta una sociedad que determinó qué es ser un hombre, qué es ser una mujer y cuáles son las relaciones aceptables entre ambos.
Cualquier actitud nuestra que replique acríticamente éstas actitudes, hará que retrocedamos en la búsqueda de la auténtica libertad; nos hará seres permanentemente insatisfechos porque estaremos en continua contradicción dirigiendo nuestra energía únicamente a la satisfacción de la exigencia social: ser lo que se espera que seamos, nos dará una especie de placer fugaz mas no de felicidad auténtica. ¿Qué somos los sujetos antes de deformarse por las reglas sociales que han aplastado la libertad de nuestro espíritu?
Existen muestras donde se confunde la libertad con la conveniencia. Por ejemplo, en las relaciones “amorosas” no me parece que el hecho de que un hombre tome, defienda con fiereza, y hasta violencia, el privilegio de la poligamia dentro de la monogamia afectiva, sea una muestra de la lucha por su libertad. No me lo parece porque no es de hecho la excepción, sino la regla. No es algo por lo que él deba luchar: esto le ha sido dado por una sociedad que lo ha establecido casi como un derecho universal masculino y sine qua non. ¿Qué es de aquel que prefiere la monogamia?
La mujer, si es aquella que ama pese a cualquier ofensa, que tolera y es paciente, que se agota por cumplir las exigencias, que es monógama por amor y es quien espera estar protegida por el amor puro y verdadero de un hombre, gastando su energía e intelecto en satisfacerlo a él por arriba de ser alguien para sí, dudo, abiertamente, que sea el resultado de la manifestación genuina de sí misma como sujeto, sino de lo que la sociedad y cultura ha establecido para ella desde el comienzo: no es la excepción, sino la norma. ¿Qué es de aquella que prefiere la poligamia?
¿No debería una relación, de cualquier tipo, entre hombre y mujer, que busca la libertad, que no sólo implica el cuerpo y la carne, sino la mente, la razón, el espíritu, la equidad y la justicia, preocuparse por no repetir a ultranza los patrones que la sociedad les impone en aras de evitar ser sujetos autónomos? Si hay cierto amor, comunión y respeto, o si se trata de las relaciones diplomáticas entre ambos, ¿no deberían servirse de apoyo recíproco para encontrarse como lo que realmente son en un mundo plagado de apariencias y falsificaciones?
Esto conlleva el desenmarañarse de cualquier concepto que pretenda definirnos. Cualquier avance hacia la libertad habría de implicar no referirse a sí mismos como “mujer” u “hombre”; lo cual enarbola de tajo ciertas banderas que justifican acciones, aun si estas son en detrimento de ellos mismos y de los demás. En cambio, ¿no sería mejor asumirse como seres en construcción y no como etiquetas en las que uno mismo poco o nada participó en su elaboración? Más libre entre más se cuestione el concepto de libertad que nos han enseñado.
¿Lo que entendemos por libertad realmente lo es, o sigue estando encapsulada en los establecimientos y exigencias culturales? Renunciar al concepto socialmente establecido y ser valientes para cuestionar y quizá dejar los privilegios que de asumirse como uno u otro gozan cada uno irremediablemente tendría que redituar en un acercamiento hacia la libertad y la autogestión. Por ejemplo, tomar clases de boxeo o tiro al blanco siendo biológicamente hembra supone un desarrollo real en la fuerza física que cuestiona el concepto de sexo físicamente débil. Si se fuera una hembra osada en el arte del boxeo, ¿podría provocar una lucha en defensa propia digna de quien tomó el valor, y el poder, de decidir que podía ser fuerte y defenderse con el cuerpo o con un arma? No es una norma aceptable, todavía. Por otro lado, asumirse sensible y paciente, amoroso, estable y delicado, hogareño y maternal, sólo porque se es un ser humano con una capacidad ilimitada de amar y de dar a otros, opera en detrimento de una idea de rudeza, virilidad a ultranza, frivolidad, violencia, poder y soberbia, que hace que un macho explore otras capacidades innegables en las virtudes de su espíritu.
Más vale asumirse sujetos humanos en constante movimiento, construcción y contradicción; no permanentes y contingentes: seres que implican en sí mismos la condición de posibilidad para ser, o convertirse, en cualquier cosa que refleje el ímpetu de su espíritu y no el deseo de una sociedad que nos hace ser cualquier cosa, si y sólo si permanecemos en el molde que, a conveniencia o por imposición, consignan ante nosotros de forma cruel, política, religiosa, jerárquica y casi imperceptible, destruyendo todo cuanto natural sea ser un ser humano. Aunado, aceptar y respetar con beneplácito que uno es potencialmente mejor si se enriquece de las diferencias que le otorga el sexo opuesto, en cualquier tipo de relación, recae en un beneficio recíproco indiscutible no sólo para sí mismos sino para la vida en general.
A las mujeres nos están matando porque, siquiera en un sector, no en todos, se está en una búsqueda legítima de la propia autonomía. Ello implica, casi siempre, pelearse o confrontar al jefe, al padre, al hermano, al amigo, a la pareja, al maestro, a la cultura, a la sociedad y a otras mujeres. Conlleva desgaste, dolor y soledad: nos han negado por siglos una definición y un papel real en el mundo que hoy casi carece de importancia frente a la urgencia de vivir como sujetos autónomos: inclusive se han burlado de nosotras al hacernos creer que somos libres porque nos comportamos igual que un hombre.
Un hombre goza de mayores privilegios que una mujer, sin embargo, ¿acaso éste ha escapado de las etiquetas que le exige la sociedad? Él mismo es una manifestación de las falsificaciones sociales hechas a lo largo de la historia con el sujeto humano: debe ser racional, fuerte, macho, valiente, inteligente, viril, capaz, rudo, frío, hábil en la política, economía, religión, rico y exitoso en el trabajo: basta mirar para saber que esto no es verdad, o que no lo es por decreto de haber nacido macho. A la inversa, una mujer puede asumirse entera si se casa y tiene hijos. La sociedad no pide otra cosa de nosotras; hay más porque algunas mujeres han buscado llegar más lejos. Con esto quiero decir que el hombre sufre también porque no puede ser quien realmente quiere. Sería ingenuo pensar que el hombre es como es porque está auténticamente dado en la naturaleza, que no ha sido infectado por las estipulaciones culturales y que su verdadero ser, no está, de hecho, tan deformado como el de la mujer… Claro, estar deformado con privilegios parece mejor que serlo sin ellos.
Entender que una mujer no tiene que verse bonita para satisfacer al hombre sigue siendo un reto en pleno siglo XXI, como si, a estas alturas, nos siguiéramos definiendo como el sujeto destinado a dar placer al sexo masculino; donde nuestro ego se ve alimentado por el hecho de que el sexo opuesto reconozca en nosotras la belleza física. Y es muy fácil de notar: ¿acaso no nos desvivimos en las redes sociales por mostrar la foto con la pose, a menudo forzada, en donde más bellas, delgadas, atractivas y hasta interesantes nos veamos? Un sabio dicho reza así: “Nadie es tan feo como su foto de IFE ni tan guapo como su foto de Facebook”… De modo tal que, como si se tratase de un catálogo, el hombre pueda escoger con cuál merece la pena salir en busca de sus propias necesidades. No veo una diferencia entre esto y un catálogo de zapatos. Lo que es peor, a menudo una mujer se puede sentir más ofendida si resaltan en ella su inteligencia por encima de su belleza física. Pobre de aquel que sólo mencione de ella su inteligencia o valor personal: ¡¿cómo?!, ¿entonces no soy bonita?
No importa, eso sí, si el hombre es gordo, feo, tonto, no se baña o es un completo inútil; es, por naturaleza, deseable como pareja: tiene el privilegio mismo de ser un hombre en una sociedad que hoy por hoy lo sigue enalteciendo, tiene la virtud per se de satisfacer física, emocional y espiritualmente a una mujer así como a la sociedad en lo que ésta demanda de él. Mas cualquier mujer u hombre sabe que esto no es verdad. Un compañero me dijo: “Sé que una mujer siente placer porque grita”. Pocas cosas me han parecido tan chistosas como nefastas. Pero el problema no es del hombre, sino de la mujer que finge en pro de fortalecer el ego masculino en detrimento de su propio placer. Baste saber que la inmensa mayoría de las mujeres en el mundo y a lo largo de la historia no saben lo que es un orgasmo; ya ni hablar de placer sexual.
Cierto tipo de hombre, en cambio, será feliz con una mujer si ésta no cuestiona los privilegios que aquél acepta e impone como necesidad indiscutible: si la mujer no se opone a las reglas que el hombre le ha establecido, el hombre está bien y contento, la ama, la quiere a su lado o hasta trabaja con ella con alegría, empero, si ésta osa cuestionar sus privilegios o si exige para sí acciones y actitudes concretas, o la posibilidad de acuerdos y de equidad donde ambas partes estén conformes, perderá no sólo su atractivo como pareja, sino el amor y respeto. Muchas mujeres están “solas” o son dejadas porque se volvieron inconvenientes para los intereses de él. Tristemente, ahora no sólo basta con dejarlas sino que hay que matarlas.
¿Por qué aumentan las posibilidades de supervivencia en una violación el que una mujer se deje, sin quejarse, a ser violada? Porque no se opone a la voluntad de quien ostenta el poder, hoy enardecido por algunos de los cambios sociales y de las batallas ganadas en pro de la mujer, poco dispuesto a perder una pizca de privilegio. Si una mujer se deja ser violada aumenta las posibilidades de sobrevivir sólo porque no se vuelve un problema para su agresor, dándole, sin cuestionamiento, todo lo que él quiere. Sólo así su derecho a vivir persiste. Si lo hacemos extensivo, mientras una mujer no se queje, exija menos y dé más de lo que recibe, sea en una relación laboral, amistosa o de amor, tiene – aunque de una manera restringida e impermanente – garantizada, por un tiempo, su tranquilidad: hasta puede merecer el amor y el respeto del sexo opuesto.
¡Ay de ella si se le ocurre decir que no!: “si no aceptas mis condiciones, te dejo… o te mato.” Como sabe esto, la mujer no exige la reciprocidad, teme pedir o decir que no; mas no hay mejor momento para seguir buscando la forma de exigir nuestro derecho a la autodeterminación sin que se nos prive del derecho a ser amadas y respetadas; sin embargo, es un hecho que una parte de la estrategia no está funcionando: algunos de nuestros derechos crecen, pero la violencia aumenta día con día en proporciones y formas aterradoras. ¿Esto significa que tenemos que, manteniendo el espíritu de libertad y autonomía, buscar otros métodos para lograr la posición en el mundo que realmente queremos tener? La lucha es ardua y dolorosa, pero no hay mejor estrategia que hacer los cambios racionalmente necesarios y perseverar.
Aunadamente, tengo que decir que la libertad no se ganará comportándose una como hombre, pues eso afianza la idea de que él es el ejemplo de humanidad y libertad, lo que perpetúa muchos de los valores que nos han dañado a nosotras mismas y a ellos. Hay que buscar con creatividad. Empero, la necesidad de obtener una libertad auténtica así como la posibilidad de autodeterminación es urgente para ambos sexos: ninguno la tiene como merece. En ese sentido, creo que un verdadero cambio implica un cambio recíproco.
Originalmente publicado en La Jornada Veracruz, el 29 de octubre del 2016