Un maestro criminal

¿Alguna vez has sido víctima o testigo del maltrato o de la violencia (entendidos en cualquiera de sus formas) ejercidos por un maestro o una maestra hacia el alumno? Las respuestas dadas a esta interrogante han permitido formular un enunciado preliminar: el maestro no es un sujeto que tiene algo que enseñar. Un maestro es un constructor o destructor de seres humanos: el maestro tiene la condición de edificar a un individuo en formación de la misma manera que la tiene para demolerlo. Esfumar su responsabilidad al vacío es ignorancia, es inconsciencia, es complicidad. Cualquier acción de su parte que dañe la integridad psicológica, emocional, espiritual y física de aquel al que se supone que contribuye a crear, supone un acto criminal que debe ser castigado con la ley por los efectos que produce. Hasta ahora, la mayor parte de estas acciones se han ocultado como si fuesen nada, idealizando o justificando a la figura del docente, haciendo su señalamiento un tabú. Así pues, en lo que sigue se hará referencia exclusivamente a aquellos maestros que no merecen su papel, porque los que sí lo merecen están ahí, siendo dignamente celebrados.

Fue el año pasado cuando se atisbó esta proposición en el artículo El maestro, proponiendo abordar el caso: “Háblese, pues, del tema. Háblese en voz alta”, se dijo. Muchas denuncias veladas recibí a la postre; si bien, también la censura: “no puedes señalar al maestro porque la culpa es de…”; curioso por lo menos, nunca era de él. En muchos casos parecía un tópico intocable; impenetrable; impronunciable; ¿por qué? Parece que se rozaban profundas susceptibilidades, empero, ni entonces ni ahora se ha negado que el maestro también es víctima del sistema político, educativo, cultural, social, económico y hasta religioso que lo constriñe; con todo, eso no evade las responsabilidades individuales. Ser maestro no es cualquier cosa; quien lo suponga, no entiende el poderoso papel que desempeña para hacer crecer o decrecer a otro individuo.

Que el maestro sea resultado del sistema no supera la urgencia de atender el problema ni lo libra de responsabilidad. El que existan asesinos que “comparten” algunos “motivos” con nosotros como para “creer” que la “opción” es lastimar o destruir a otros (violencia familiar, explotación, corrupción, enfermedad, opresión social, maltrato, abuso, abandono, carencias, depresión, tristeza, etc.,), no nos ha hecho asesinos o crueles a todos. ¿La razón?, porque se trata de una elección y conciencia personal. Tanto el maestro como nosotros somos responsables de nuestros actos individuales aunque estemos inmersos en una estructura que nos empuja hacia lo obscuro; por ende, nuestras acciones deben juzgarse en pro del desarrollo colectivo, mas, si desde la posición de poder éstas han jugado un papel en el daño mental, emocional o físico de un humano en crecimiento, deben tomar su posición de delito y sancionarse. ¿Por qué se calla que algunos maestros han incurrido fuertemente en el abuso?

El maestro ha tenido la potestad de levantar o hacer caer a los individuos que ha tenido a su cargo, inexpertos y vulnerables por naturaleza, según los alcances de un criterio que es, a menudo, limitado: ha diferenciado entre alumnos “capaces” e “incapaces”, “buenos” o “malos”, “genios” o “estúpidos”, “obedientes” o “desobedientes”, “prometedores” o “casos perdidos”, “inteligentes” o “tontos”, “dignos de lo esperado” o “parias”, dando lo mejor de sí a unos e ignorando, limitando o condicionando a otros de formas variopintas que socavan la autoestima y la concepción que de sí mismo puede desarrollar un sujeto en formación. El problema está en que puede hacer mucho más. La dificultad no sólo está en que él crea, como si se contase un cuento ridículo, que sabe hacer esta distinción, señalamiento o condena, sino que actúa en consecuencia para dotar de realidad sus suposiciones.

Un maestro tiene el extraordinario poder de construir a un ser humano; de sublimarlo para alcanzar los más altos estándares de calidad humana. Pero  también posee la capacidad de destruirlo; de eliminar sus sueños, su confianza y sus aspiraciones. De ahí que las acciones del docente no puedan ni deban ser tomadas a la ligera.  El futuro de un ser humano en formación depende de ello.

Para comprender por qué sus actos no son peccata minuta, es menester entender que sus acciones no van dirigidas a un “alumno” sino a un ser humano que apenas se está forjando. Sin importar la etapa de formación (preescolar o doctorado), el alumno siempre ha estado en la posición vulnerable (de mente, emoción, cuerpo, experiencia, estatus social, económico): si el que le enseña lo hace sentir que no sirve o sin valor, las probabilidades de que lo asuma son tan altas como las consecuencias. Es por lo anterior que debe subrayarse lo esencial: las acciones del maestro van dirigidas a seres humanos en construcción, de ahí que lo que él haga pueda ser decisivo para marcar una vida entera.

No descarte lo anterior a priori. Admita la posibilidad y pregunte a alumnos o exalumnos de cualquier nivel si han sido víctimas de maltrato o algún tipo de violencia por parte de algún profesor. Esté abierto a las respuestas. Luego, pregúntele si esto lo lastimó, lo hizo dudar de sí mismo, si le dejó alguna huella emocional, psicológica o física, o si acaso determinó el resto de su formación e incluso su vida (como el abandono de la escuela o de sus proyectos). Si usted es alumno, pregúnteselo con introspección cuidadosa: ¿algún maestro lo hizo sentir estúpido o incapaz?, ¿lo convenció de ello?, ¿lo trató como si no mereciera estar en el aula?, ¿lo castigó de una forma que sintió desproporcionada?, ¿lo ignoró?, ¿se burló de alguna manera? Pronto descubrirá por usted mismo por qué es cierto que determinadas acciones deben ser expuestas y castigadas con la ley…

No se está habituado a pensar en la educación como un acto profundo y comprometido de compasión y consciencia, empero, probablemente ésta sea la única manera de que un maestro, incluso si su “conocimiento del mundo” es limitado, pueda ejercer el papel que realmente le corresponde: ser partícipe en la construcción de seres humanos integrales capaces de enfrentarse al mundo con fuerza, servir a su mejora, tener buenos valores y desarrollar las herramientas que necesitan para creer en ellos mismos y ser felices.

¿Por qué deben criminalizarse aquellas acciones de ética dudosa ejercidas por algunos profesores en contra de los alumnos? Porque las consecuencias en el estado mental, emocional y hasta físico de los sujetos a las que fueron dirigidas pueden ser determinantes para su desarrollo. Quizá ahora piense que “¡más crueldad entrañan algunos alumnos en contra de sus maestros!”, no obstante, si se fija bien, en la inmensa mayoría de los casos, los alumnos “malos” o “problemáticos” han sido castigados, de una u otra manera, para bien o para mal, tarde o temprano, incluso si eso supone el juicio o la expulsión social, pero el maestro nunca (o rara vez) es sancionado por sus acciones o pierde su posición privilegiada. Lo significativo aquí es entender que no son equiparables los papeles: entre un maestro y un alumno no existe el mismo nivel de responsabilidad ni mucho menos el mismo grado de consecuencias en sus actos.

Estar vivo, comprender la vida o la posición que nos toca o elegimos en ella es, de por sí, difícil. ¿Cuántos alumnos llegan al salón secándose las lágrimas por desgracias personales, familiares o sociales?, ¿cuántos no llegan con dolores profundos y fuertes confusiones o contradicciones?, ¿cuántos no llegan con tremendas limitaciones? Es por esto que ir a la escuela debe ser motivo exclusivo para generar razones que convenzan al alumno del por qué su vida tiene sentido, es valiosa y merece participar en la construcción de un mundo mejor, aunque le esté siendo difícil encontrar el cauce en un mundo muchas veces inhumano. Decir que contribuir a atender esta situación no es responsabilidad del maestro es, por lo menos, una posición irresponsable, egoísta, inconsciente, cruel e insensible. Así pues, éstas son las principales razones por las cuales no pueden ocultarse ni justificarse acciones como las mencionadas en los testimonios que presentaré a continuación:

En el momento más difícil de mi vida, le expliqué a mis profesores por qué no pude cumplir en tiempo con mi tesis. Una de ellas me dijo: “todos tenemos dificultades, eso no te justifica, no cumpliste, eres un irresponsable”. Nunca más me trató igual; comenzó a ignorarme y a tratarme como si no existiera: me dolió bastante, yo acababa de enterrar a un ser querido y me enfermé del dolor. No quise volver, ¿para qué?, ellos ya había determinado quién era yo.

Una vez estaba comiendo antes de entrar a clases, pasó la maestra, se me acercó y me dijo en tono burlón: “¿no crees que ya comiste demasiado?” Yo tenía una fuerte inseguridad por mi cuerpo físico, luchando contra mi peso, ¿por qué me dijo eso?, no quise volver a comer ni que alguien me viera. ¡Me hizo sentir culpable por comer!

El maestro traía algo conmigo, siempre me pasaba al pizarrón porque sabía que yo no entendía bien el tema; disfrutaba humillarme; ¡sabía lo que me hacía!, pero para mí presentarme en público es un verdadero martirio.

Tuve problemas con él [el maestro] durante la carrera, pero después de salir no paró de hostigarme o ponerme trabas para seguir adelante, tenía una posición de poder. Llegó el punto en el que llegué a amenazarlo de muerte para que me dejara en paz; era insoportable lo que me hacía; me tuve que defender.

El maestro siempre nos aventaba el borrador. Una vez me dio y me sacó sangre.

Con 10 años tuve una profesora que me dio algún pescozón – a otros les daba más – y me causaba miedo [puso miedo con mayúsculas]. Fingía estar enfermo para no ir a clase.

He sufrido el abuso de un profesor miserable amargado que nos tiraba llaves y borradores […], pero la bofetada que me dio un cura me dejó inmóvil durante toda una clase, no fuese que me viese moverme y viniese a rematarme.

Un profesor tomó de la patilla a un compañero, se la arrancó y le sacó sangre. Creo recordar que eso trascendió y se llevó una amonestación, pero siguió de profesor.

Cuando entré a la maestría mi tutora se negó a explicarme el tema que no entendía porque, según ella, yo ya lo tenía que saber. Para mí ha sido una tortura haber entrado al posgrado.

La profesora me pegó un guantazo que me dejó la mano marcada. No creo que lo que estuviera haciendo justificara tal golpe.

Fui testigo de una lluvia de golpes y tortas por parte de un maestro a un compañero.

Me había esforzado mucho para terminar mi primer borrador de tesis; cuando fui por las observaciones, mi tutor sólo tomó el trabajo y lo tiró a la basura enfrente de mí. Luego se empezó a reír (al ver mi cara, supongo) y me dijo que era una porquería.

Cuando intenté defenderme de unos maestros, todos los demás se unieron en mi contra para expulsarme, sin importarles un pepino lo que ellos me habían hecho a mí; ahí me quedó claro que se hacen mafias, se protegen entre ellos y el alumno no vale nada.

Diseñé un proyecto de arquitectura que realmente me interesaba, pero el maestro simplemente me dijo que “no tenía ni una #~½¬¬{@ idea, y lo dejé.

Tuve muchos maestros en grandes posiciones que realmente no tenían el conocimiento ni la vocación para enseñar; uno siempre se preguntaba cómo es que les dieron el trabajo.

Tuve un profesor que organizaba las peleas de niños y otro que organizaba las golpizas colectivas al último en entrar después del recreo.

Un maestro tenía un método que me parecía de lo más divertido: el primero en la fila preguntaba algo de la clase al que seguía por detrás. Si no sabía la respuesta recibía un golpe y continuaba con el siguiente. Pero si sí la sabía, entonces él golpeaba al que le había preguntado y continuaba preguntando hacia atrás. No me marcó ni me traumó ni nada.

Atravesaba por un momento personal y familiar realmente difícil, por lo que reprobaba la mayor parte de las materias. No tenía tiempo para la escuela, así que me di de baja y me puse a trabajar. Cuando me fui de casa de mis padres, volví a encontrar los motivos para volver a la facultad y así lo hice. Sin embargo, cuando regresé, mientras el maestro de “economía” estaba dando los criterios de evaluación dijo: “mi materia es fácil, nadie la ha reprobado nunca… Bueno, excepto [nombre de la alumna], ella ha sido la única que lo logró”, señalándome frente a todos; no puedo decir todo lo que me hizo sentir, me sentí incomprendida y humillada con la mirada juiciosa de todos hacia a mí… Al poco tiempo, un compañero me dijo que cuando me vio yo le había gustado, sin embargo, cuando escuchó lo que el maestro decía de mí pensó que era una tonta y que no valía la pena.

Para mis maestros siempre fui la “rubia tonta, la cabeza hueca, el cerebro de gelatina”, y así me trataron siempre.

“un maestro puede ridiculizar y dar una imagen del alumno a los demás que no es, generándole problemas y juicios sociales injustos e innecesarios”;

El hecho de que un asesor de tesis menosprecie tu investigación como para decir que no vale la pena, es maltrato.

Es curioso que mi tesis de maestría le pareció a todos mis demás profesores muy superior para el nivel esperado; sin embargo, para mi tutor era una basura; para él, mi trabajo era un tacha en su limpio historial… Al principio sentí confusión, ¿por qué todos le dieron valor a mi tesis menos mi tutor? Después me di cuenta de que yo era una mancha en su historial de “titulaciones perfectas” sólo porque no pude hacerla en el tiempo estipulado.

Mi asesor de maestría me hizo saber que yo no era el alumno esperado y que se avergonzaba de mí. Me sentí realmente mal y confundido, que lo que hice por mí mismo no tenía ningún valor.

Cuando me titulé de la maestría, le pedí una carta de recomendación a mi tutor para buscar otro posgrado. No quiso dármela; me dijo: “yo no te puedo dar a ti una carta de recomendación”. ¿Cómo crees que me sentí? Me convenció de que mi camino en ciencias no era para mí y lo abandoné.

Nunca me he podido acoplar a lo esperado, por lo que el sistema me hizo sentir inservible. Pero creo que esto no es verdad, simplemente no pude ajustarme a un sistema educacional tan rígido.

No tuve una experiencia buena con mis tutores en la maestría, al grado de que, aunque mi sueño era hacer un doctorado, ya no lo hice; no creo que valiera la pena.

A mí el posgrado me hizo sentir un cerebro seco, inútil. Creo que la experiencia me mató algo.

¿Sabes qué he creído darme cuenta? Que lo común es que los maestros se decepcionen de los alumnos por la razón que sea, pero nunca piensan (¿o no les importa?) en todas esas veces que ellos decepcionaron a los alumnos.

Durante este periodo recibí una crítica en el siguiente sentido: “no puedes señalar al maestro porque eso que describes no es un maestro”; después de reflexionar en el señalamiento he llegado a la conclusión de que es cierto, un personaje capaz de realizar las acciones descritas no puede llamársele maestro. No obstante, es en buena medida lo que tenemos y con lo que hemos crecido. Esta es la razón por la que debemos prestar atención consciente a la realidad en contraposición con el ideal, precisamente y con la esperanza de alcanzarlo algún día.

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3 comentarios en «Un maestro criminal»

  1. Esta reflexión me hizo recordar que a lo largo de todos mis estudios (primaria, secundaria, Normal y Facultad) conocí más o menos a 40 profesores diferentes, 4 o 5 nos chuleaban a las adolescentes, pero nos manteníamos alejadas y no llegó a acoso sexual. Pero tuve en la Normal una maestra excelente porque aplicaba la Didáctica con gran acierto, pero sus regaños eran muy injustos. Cuando cursé 1o de Sec. le causé buena impresión porque era muy dedicada y saqué nueves y dieces, PERO cuando la tuve como maestra en otros cursos, todo el tiempo me recriminó que la había decepcionado, aunque me esforzaba y lograba buenas calificaciones nunca la dejé satisfecha. Como buena jarocha decidí que al finalizar mis estudios le “mentaría la madre” con todo el coraje que fui abrigando durante 6 años. PERO al continuar con la carrera de educadora, volví a cursar otras materias con ella, ahí se comportaba totalmente distinta: era duce, amable y feliz con lo que hacía. Comprendí que el ámbito en que ella se desempeñaba con verdadera vocación era el preescolar y no así el anterior. Me desarmó y la perdoné en mi interior. Pero volvió a cometer la misma crueldad con una condiscípula que era gordita y poco agraciada a quien le dijo que dejara los estudios porque a los niños había que ofrecerles “belleza” ella lloró mucho provocando una rebelión en el grupo, porque todas la apoyamos y convencimos que no abandonara la carrera. La vencimos.

  2. El artículo, lejos de criminalizar al ” maestro ” per sé, lo que trata es de diferenciar entre un buen maestro y un mal maestro, se puede encontrar incluso una crítica a la pedagogía propiamente; es errado considerar que las palabras del maestro tienen rango de ley, el maestro pierde la autoridad que le confiere el cargo, cuando abusa y emplea la violencia.

  3. Aunque duelen , los golpes físicos no son nada en comparación con los golpes psicológicos y emocionales que te puede causar un maestro ! Gran crítica ! No creo que sea del tipo que guste escuchar ! Salud !

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