La soberanía del mal: Nazismo sionista

1. Reflexiones sobre la maldad

Conviene razonar los conflictos humanos desde el punto de vista de las ciencias sociales y las humanidades, en virtud de la existencia de una serie de conocimientos producto de la observación y el razonamiento sistemático, así como de la aplicación de métodos y teorías sustentadas que intentan desvelar sus entresijos. La condición humana no es el resultado de la “generación espontánea”, sino de una compleja e imbricada relación de causas y efectos a veces extraordinariamente complejos de penetrar y predecir. Sin embargo, es menester llamar la atención sobre la naturaleza de una condición que no siendo ajena a esta relación, tiene componentes interesantes (o perturbadores) que merecen analizarse también desde otra perspectiva. Me refiero a la autonomía de la maldad.

¿Puede existir la maldad independientemente de las circunstancias? Cuando se observa el caso de un asesino en serie, se estudia su vida no como una forma de justificar sus acciones, sino como un medio indispensable para comprender, resolver y prevenir. Lo que suele mirarse, no obstante, es que en muchos de los casos los perpetradores enfrentaron experiencias espantosas desde su nacimiento (de hecho, suele ser difícil encontrar los conceptos adecuados para describir las características brutales de algunas de sus historias), en donde prevaleció la injusticia y la barbarie y en donde la lucha por la supervivencia era la vida misma. Esto contribuyó de modo sustantivo a que algunos hombres y mujeres desarrollaran una visión en donde el otro no tiene valor, es inferior o despreciable, así como que el enojo, el odio y la venganza son el medio para obtener la paz, el bienestar y la determinación de futuro. Desde esta línea, puede comprenderse, en parte, por qué existe la perversidad humana, toda vez que se le relativiza al mirar la enorme responsabilidad colectiva que recae sobre los “casos individuales”.

Para analizar situaciones políticas complejas hace falta considerar la posibilidad de que la maldad podría existir per se, como un medio y un fin inmanente a la sociedades humanas. Es decir, se trataría de una condición que reditúa en los ámbitos social, político y económico de aquellos quienes la enarbolan; la maldad, pues, trae beneficios.

Con todo, al seguir con una intención genuina por comprender la maldad, la complejidad aumenta al descubrir que existen personas que, habiendo sido víctimas de los máximos niveles de salvajismo humano y social, eligieron ejercer y perpetuar el bien como el medio y el fin absoluto e irrevocable. ¿Por qué? Esto muestra que de una vivencia tormentosa también puede surgir lo más bueno, por tanto, ¿por qué dos individuos dentro de las mismas condiciones de desgracia eligen vías de acción diferentes y opuestas? ¿De qué depende esa diferencia? ¿Condiciones neurológicas? Difícilmente: tener esquizofrenia, por ejemplo, no es condición sine qua non para volverse un despiadado asesino. Dicho de otra forma, las personas que la padecen no son todas, ni de broma, asesinas. ¿Narcisismo? ¿Psicopatía? ¿Depresión? La respuesta es la misma. ¿Espiritualidad? Tampoco, puesto que dos personas dentro de las mismas circunstancias y profesando la misma religión, pueden optar por caminos radicalmente diferentes. Por otro lado, existen sujetos que, aun teniendo una vida privilegiada desde la gestación y sin ningún padecimiento neurológico, pueden ser más malditos y sanguinarios que los anteriores. Todavía más: una gran cantidad de asesinos son sujetos normales como usted y como yo, lo cual debilita la idea de que son sólo las circunstancias las que llevan a una persona a cometer actos de maldad. Es posible, entonces, que la respuesta esté más cerca del llamado “libre albedrío” (por su cualidad natural) que de complejas teorías explicativas.

En principio, la existencia de la libertad de voluntad, juicio y acción es independiente de las reglas y condiciones de la sociedad al ser inherente a la condición humana. Es decir, que cada quien tiene el poder y la capacidad de elegir y tomar sus propias decisiones a pesar de las consecuencias de sus actos y de las normas sociales que lo rigen. La normatividad no ha cambiado ni cambia el poder de decisión y acción de los sujetos. Los estatutos culturales o sociales siempre lo influyen mas no lo determinan, por lo cual no se elimina la capacidad autónoma de accionar de los seres humanos. Dicho con aspereza: si alguien quiere matar y lo decide, lo hará porque objetivamente puede. Si lo disfruta, es porque objetivamente le gusta. Al final, el individuo (o un conjunto de ellos) es quien decide con o sin causas; con o sin motivo; con o sin consecuencias: lo hace porque quiere y puede, incluso si su elección es contradictoria a sus condiciones.

¿De qué depende, entonces, la diferencia? Desde una reflexión básica como la de arriba, puede advertirse que, en una gran cantidad de casos (más de los que querrían admitirse) la maldad se trata de una elección y no exclusivamente de una consecuencia por las condiciones, lo cual no es menos preocupante ni más fácil de comprender en comparación con la avalancha de datos que podrían reunirse desde un análisis minucioso y científico de las causas. Por el contrario, la “simplicidad” de la hipotética respuesta podría ser más tétrica y alarmante por sus alcances y limitaciones.

Hacer el mal por o a pesar de las circunstancias y las consecuencias, nos acerca a una premisa poco discutida en el ámbito de las ciencias sociales y las humanidades pero sobre todo ausente en el terreno de la política, es decir, la admisión o el reconocimiento de que la maldad podría existir per se, habiéndose constituido como un medio y un fin inmanente en nuestras sociedades (tanto en el plano de lo personal como de lo colectivo). Es decir, que la maldad puede ser algo que se elije y no meramente un resultado. Además, parece tratarse de una condición que permite redituar espiritual, social, política y económicamente a quien la enarbola. Es decir, que la maldad tiene beneficios. Aunado, ésta puede causar un inmenso placer en algunos de sus practicantes, carentes de arrepentimiento y reflexión.

Si la maldad existe con objetividad, es decir, que no se trata solo del resultado de un conjunto complejo de circunstancias y consecuencias sino que puede elegirse por voluntad como si existiera de modo independiente, es fundamental aceptarlo para: 1) buscar estrategias efectivas de reducción (cambiando las condiciones, sin embargo, ¿quién tiene el poder de cambiarlas para todos en los mismos niveles de equidad y de justicia?) y 2) en reconocer que la maldad siempre ha existido, existe y existirá (al igual que el bien), y que le es conveniente a una cantidad ingente de seres humanos e inclusive a las políticas públicas nacionales e internacionales, se mostrarían las hondas limitaciones y la urgencia de ampliar la teoría y de modificar el método.

Aunque el “mal” y el “bien” son conceptos relativos y subjetivos, no es necesario entrar en complicaciones para reconocer que el primero puede entenderse como ese conjunto de hechos destinados a causar destrucción, calamidad y sufrimiento y que el segundo se yergue como lo contrario. Ambos pueden ejercerse con diferentes grados de intensidad y creatividad. Ambos pueden ser simplemente elegidos porque se quiere y se puede. Con esto en mente, observe al nazismo sionista y pregúntese, más allá del deseo profundo por encontrar una solución, ¿es realmente posible vencerlo si sus premisas rectoras se construyen y constituyen en la estructura de la maldad por elección, convicción y satisfacción? ¿Es posible derrotarlo si además posee el apoyo y los recursos casi ilimitados desde los múltiples tentáculos que tiene el poder de la maldad para manifestarse y perpetuarse? Propongo su discusión honesta y en voz alta.

2. Nazismo sionista

En “El imaginario pueblo palestino” se dijo:

“¿Qué otra cultura […] [en nuestro planeta], sabiendo lo que es el significado de la opresión y del sufrimiento, es capaz de repetir la historia propia y empeorarla en contra de otros? Israel, sabiendo lo que es el padecimiento y el dolor de un pueblo, así como el peligro de movimientos políticos ultra nacionalistas que encumbran la superioridad de una raza, cultura y religión sobre otras, tenía la responsabilidad moral e indiscutible de trabajar de forma perpetua por la verdadera paz y la tolerancia […]; en cambio, se bebieron un sionismo acrítico desarrollando un nacionalismo empedernido peor de lo que los nazis fueron capaces, colgándose una capa eterna de mártires y de elegidos que los hace “justificar” las más perversas brutalidades en contra de un pueblo que, víctima como pocos, ni siquiera está en condiciones materiales de defenderse en igualdad. Mas debe admitirse: no se sabe qué es peor, si su aberrante y miserable espíritu, la indiferencia o el apoyo que le da por lo menos una parte del resto del mundo.” (El imaginario pueblo palestino)

Poniendo de relieve que el sionismo no es lo mismo que el judaísmo ni representa a todos los judíos (aunque muchas veces parecen traslaparse), merece la pena recordar algunas de las premisas en las que reposa la problemática. Estas se retomarán de “El origen del conflicto palestino – israelí”, porque fue escrito, precisamente, por “Judíos por la justicia en el Oriente Próximo”, en el año 2000:

1. “El movimiento sionista, desde el comienzo, buscaba el desposeimiento prácticamente total de la población árabe indígena [de su tierra ancestral y milenaria] de manera que Israel pudiera ser un estado totalmente judío […] La tierra comprada por el Fondo Nacional Judío fue conservada en nombre del pueblo judío y no debía ser jamás vendida o siquiera arrendada a los árabes […]”. (En, “El origen del conflicto Palestino – Israelí”, Judíos por la justicia en Oriente Próximo, Cactus 48, Trad., German Leyens, 2000, p. 5.)


2. “La comunicad árabe, al tomar creciente consciencia de las intenciones sionistas, se opuso vigorosamente al aumento de la inmigración y de las compras de tierra judías, porque presentaban un peligro real e inminente para la existencia misma de la sociedad árabe palestina. A causa de esta oposición, todo el proyecto sionista jamás se hubiera podido realizar sin el respaldo militar de los británicos. La amplia mayoría de la población de Palestina, a propósito, había sido árabe desde el siglo siete d.C. (más de 1200 años).” (Ídem)


3. “El sionismo se basaba en una visión errónea, colonialista, del mundo en la que no importaban los derechos de los habitantes indígenas. La oposición de los árabes al sionismo no estaba basada en el antisemitismo, sino en un temor totalmente razonable del desposeimiento de su pueblo. (Ídem)


4. “Los sionistas (que eran una clara minoría del pueblo judío hasta después de la Segunda Guerra Mundial) tenían un deseo comprensible de establecer un sitio en el que los judíos fueran los amos de su propia suerte, considerando la funesta historia de opresión de los judíos. (Ídem) Sin embargo, aunque era imperante una reposición de daños no podía hacerse (en razón de las lecciones) a costa de otros ni mucho menos aplicando (y superando) las deplorables tácticas nazis que cayeron sobre ellos.


5. “A pesar de la llegada continua a Palestina de colonos judíos después de 1882, es importante comprender que hasta unas pocas semanas antes de establecimiento de Israel, en la primavera de 1948, nunca hubo otra cosa que una inmensa mayoría árabe. Por ejemplo, la población judía en 1931 era de 174.606 de un total de 1.033.314. Edward Said, “La Cuestión Palestina” (En “El origen del conflicto…” p.8)


6. “El objetivo del Fondo [Nacional Judío] era ‘recuperar [apoderarse por medio de la violencia de las propiedades y los derechos legítimos de los palestinos] la tierra de Palestina como la posesión inalienable del pueblo judío.’… Ya en 1981, el dirigente sionista Ahad Ha’am escribió que los árabes ‘comprendían muy bien lo que estábamos haciendo y cuál era nuestro objetivo’… Theodore Herzl, el fundador del sionismo, declaró: ‘Trataremos de hacer desaparecer a la población [árabe] pobre a través de la frontera […] Tanto el proceso de expropiación y el traslado de los pobres deben ser realizados con discreción y circunspección’… John Quigley, “Palestina e Israel: Un Desafío a la Justicia” (Ibídem, p.9)


7. “[Durante la edad media] África del Norte y Oriente Próximo árabe fueron sitios de asilo y refugio para los judíos de España y otras partes. En Tierra Santa… vivieron juntos en [relativa] armonía, una armonía que sólo se deterioró cuando los sionistas comenzaron a reivindicar que Palestina era la posesión ‘justa’ del ‘pueblo judío’ excluyendo a sus [milenarios] habitantes musulmanes y cristianos. Sami Hadawi, “Cosecha Amarga””. (Ídem)


8. “Siervos fueron (los judíos) en las tierras de la Diáspora, y repentinamente se vieron en libertad [en Palestina]; y este cambio ha despertado en ellos una inclinación al despotismo. Tratan a los árabes con hostilidad y crueldad, los privan de sus derechos, los ofenden sin causa, y hasta se vanaglorian de estas acciones, y nadie entre nosotros se opone a esta tendencia despreciable y peligrosa.” El escritor sionista Ahad Ha’am, citado por Sami Hadawi en “Cosecha Amarga””. (Ídem)


9. “La declaración Balfour promete un hogar nacional para el pueblo judío en Palestina […] hecha en noviembre de 1917 por el Gobierno británico… fue hecha: a) por una potencia europea, b) respecto a un territorio no-europeo, c) haciendo caso omiso tanto de la presencia como de los deseos de la mayoría nativa residente en ese territorio… [Como escribió el propio Balfour en 1919]” Edward Said, “La Cuestión Palestina”” (Ibídem, p. 10)


10. “En 1919, la Comisión King-Crane estadounidense pasó seis semana en Siria y Palestina, entrevistando a delegaciones y leyendo peticiones. […] Durante las conferencias de la Comisión con representantes judíos apareció repetidamente el hecho de que los sionistas deseaban un desposeimiento casi total de los actuales habitantes no-judíos de Palestina, mediante diversas formas de compras… “Si ha de tener vigencia [el] principio [de autodeterminación], y de esa manera los deseos de la población palestina jueguen un papel respecto a lo que hay que hacer con Palestina, hay que recordar que la población no-judía de Palestina – casi nueve décimos del total – está enfáticamente en contra de todo el programa sionista. Someter a un pueblo con esa opinión a una inmigración judía ilimitada, sería una burda violación del principio citado… Ni un solo oficial británico consultado por los comisionados pensaba que el programa sionista pudiera realizarse sin recurrir a la fuerza de las armas.” Citado en “The Israel-Arab Reader”, ed Laquer and Rbin.” (Ibídem, p. 11)


11. “La política agraria sionista fue incorporada a la Constitución de la Agencia Judía para Palestina… ‘hay que adquirir tierra como propiedad judía y – el título de propiedad de las tierras adquiridas ha de ser extendido a nombre del Fondo Nacional Judío, con el fin de que éstas sean mantenidas como propiedad inalienable del pueblo judío.’ […] El efecto de esta política de colonización sionista sobre los árabes fue que la tierra adquirida por los judíos se extra-territorializó. Cesó de ser tierra de la cual los árabes pudieran jamás esperar algún provecho [y de la cual fueron dueños durante milenios]…” Sami Hadawi, “Cosecha Amarga”.” (Ibídem, p.12)


12. “Los sionistas no hicieron ningún secreto de sus intenciones, porque tempranamente, en 1921, el doctor Eder, miembro de la Comisión Sionista, declaró audazmente ante la Corte de Investigación que, ‘puede haber sólo un Estado Nacional en Palestina, y es judío, y no puede haber igualdad en la asociación entre judíos y árabes, sino una preponderancia judía en cuanto los números hayan crecido suficientemente.’ Solicitó a continuación que sólo se permitiera portar armas a los judíos.” (Ídem)


13. “Aunque nadie hubiera perdido su tierra, el programa [sionista] era básicamente injusto, porque negaba los derechos políticos de la mayoría… El sionismo, como cuestión de principio, no podía aceptar que los nativos ejercieran sus derechos políticos porque significaría el fin de la empresa sionista.” Benjamín Beit – Halllahmi, “Pecados Originales”.” (Ídem)

Lo que se observa apenas en unos fragmentos sobrepasa el análisis científico (que no es lo mismo que negar su pertinencia y necesidad) porque desde el origen, hubo elecciones injustificadas, irracionales, inhumanas, injustas, crueles, conscientes y decididamente malvadas en el ejercicio pleno del libre albedrío; es decir, que fueron más allá de las causas y los efectos. Mientras esto no se discuta con la crudeza y admisión que amerita, cualquier intento por “solucionar el conflicto” desde “los datos duros” fungirá como mero paliativo (tal como ha ocurrido hasta ahora): nos aproximamos a un siglo en la búsqueda inútil de soluciones efectivas porque existen fuerzas superiores que lo impiden. Desde la ocupación ilegal del territorio palestino por parte del pueblo judío sionista, apoyado de forma integral por el imperio inglés y sus aliados occidentales colonialistas (EE.UU, Francia, etc.,), se había sembrado la semilla de una catástrofe monumental en Oriente Próximo, la cual se ha ido abonando con los mejores recursos del infierno (porque se quiere y se puede). Los sionistas nazis disfrutan viendo y propiciando el extermino y el dolor inconmensurable de los árabes de Palestina como si fuese una necesidad suya; como si se tratase de una especie de “reparación de daños” o como si fuera una garantía de paz, bienestar y felicidad para “el pueblo elegido”, por lo que no pararán hasta ver concretado el genocidio en razón de que este se les presenta como un objetivo vital. Para el sionismo, la aniquilación despiadada de los palestinos, así como la usurpación absoluta de su territorio ancestral, es intrínseco de su existencia. Sin embargo, debe subrayarse que los palestinos no fueron responsables en lo absoluto del holocausto y en donde, por si fuera poco, los judíos tampoco fueron, ni de cerca, las únicas víctimas (cuestión que Rusia comprende a la perfección). Atentar de forma consciente contra inocentes por una cuestión de conveniencia individual (de un único grupo), disfrutarlo, defenderlo y perpetuarlo, es una de las manifestaciones más puras del mal.

¿Cómo se resuelve algo así? Ayudaría discutirlo con franqueza: el sionismo se yergue sobre la estructura de la maldad. Desde esta rúbrica, se entiende cuando algunos consideran que la única forma de resolverlo sería exterminando al nazismo sionista desde la raíz (matándolos a todos), porque el nazismo en general no comprende de razón, ni de ciencia, historia, política, compasión, justicia o humanidad elemental, actúa regido por una suerte de maldad autónoma, así como por la convicción y elección individual (todo en virtud de que el libre albedrío es una parte consustancial de ser seres humanos), a pesar de lo cual, otros nos negamos a creer que la maldad puede ser derrotada con más maldad… El sionismo ha elegido su camino, mas no hay que olvidar que, incluso cuando la opción de hacer el bien y la de dar lecciones inmortales de justicia, amor y compasión siempre estuvieron sobre su mesa (porque sabían lo que era el mal), eligieron la senda de la maldad.

Lo que se vislumbra a la postre es que los palestinos seguirán asumiendo desde sus entrañas su condición eterna de víctimas en autodefensa (por justa y sobrada razón) a pesar de los buenos discursos que los occidentales desplegamos para proponer remedios a una situación que en sí misma no los tiene (carecerá siempre de justicia así como de soluciones reales y completas), toda vez que el nazismo sionista seguirá fiel a su particular visión de la realidad y de sí mismos, a menoscabo de cualquier otra: el mundo (palestino) “es suyo” y cualquiera que ose cuestionarlo lo pagará.

¿Cuál es el escenario hipotéticamente positivo para la supervivencia de Palestina? Que recibiera más apoyo económico, político y sobre todo militar para defenderse en mayores y mejores condiciones, comenzando así un largo periodo de sanación al recuperar sus tierras, su cultura y su libertad, obligando con ello a sus victimarios a huir a tierras inhóspitas y sin dueño. Empero, ¿en qué medida esto es una posibilidad real? Usted sabe la respuesta. Por tanto, hablemos de la soberanía de la maldad y de su poder sobre la Tierra.

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