El grito
En “Destrucción de la historia” discutimos sobre algunas de las consecuencias de reducir la historia a meros cuentos de pacotilla, así como de sus trágicos efectos en la forja de sujetos sin identidad ni sentido, incapacitados para desempeñar un razonamiento trascendente que produzca acciones saludables para el crecimiento humano, lo que sienta las bases para la decadencia social. Asimismo, argüimos que valores de fuerza, sabiduría, resistencia, autonomía y dignidad solo se sostienen a través de un detallado entendimiento crítico de la historia propia y universal, aprendiendo de los aciertos y errores para actuar en consecuencia: solo el conocimiento puede blindarnos contra la manipulación. Por esta razón, quisiera proponer una vía que podría resultar poderosa para fortalecer la identidad por medio de la cerebración sincera de los hechos históricos que nos significan.
La identidad individual y comunal se desarrolla por medio de un conjunto de hechos que caracterizan a los sujetos de una manera particular, íntimamente relacionados con la historia y la cultura a la cual pertenecen, así como de la trayectoria personal, misma que, no obstante, se enmarca dentro de una cultura e historia en específico. Tanto los individuos como los grupos humanos somos el resultado de estos dos grandes elementos fundamentales, lo que determina la pluralidad incuantificable que caracteriza a la humanidad. Sin embargo, atravesamos tiempos de obscurantismo en donde una gran cantidad de culturas del mundo se han convertido, gracias a la enfermiza relación entre los medios masivos de comunicación hegemónicos y la ignorancia, en entidades amorfas, carentes de personalidad, carácter propio, autonomía y capacidad de decisión, vulnerables a la domesticación que la oligarquía que domina el Planeta nos impone a costa de la vida y la paz.
Aunque el cáncer está profusamente extendido y no es sencillo determinar soluciones eficaces para curarlo, se puede proponer que, si la estrategia de dominación y domesticación ha sido el menosprecio de la cultura, la imposición unicultural, así como la tergiversación de la historia, el remedio es la antítesis: retomar su estudio desde los recursos de la ciencia social y las humanidades para aprender a observarla con objetividad, es decir, para aprender a pensarla, lo que permite reconocer y valorar la cultura como la fuerza de la gente en tanto colectividad y la de los sujetos en tanto individualidad. No se trata de fomentar posturas fascistas, de discriminación y racismo que, de cualquier forma, no están amparadas por ninguna ciencia natural ni social, sino para valorar la diversidad como la condición humana, lo que fomenta el respeto, la tolerancia y la comprensión, toda vez que induce una sana dignidad y autovaloración.
En ese sentido, una forma de ir restableciendo el lugar principal que le corresponde a la historia y a la cultura, es aprovechar las fechas en las que, las autoridades, sea por convicción u obligación, guían la celebración de aquellos hechos históricos que determinaron a los países, como son los de la independencia y la revolución, o como las luchas sociales y sus victorias, no obstante, tomándolo a su vez como una responsabilidad del individuo. Póngase como ejemplo el 15 de septiembre, una fecha determinante para México porque conmemora el inicio de la gesta que culminaría con su independencia de la corona española. En este país, se acostumbra una celebración en donde el Presidente de la República, así como los representantes de los estados y los municipios, reproducen el grito con el cual se considera dio inicio la Guerra de Independencia en la madrugada del 16 de septiembre del 1810, al rugido del cura Miguel Hidalgo y Costilla en Dolores, Guanajuato. Lo que sigue es una celebración con decoraciones, vestimentas, música, juego, comida y bebida tradicionales que engalanan todo el territorio nacional. Mi propuesta es, pues, sencilla: llevar el grito y la celebración a cada uno de los hogares de México. Sea siguiendo el grito del gobernante con el que se identifique, o sea ejecutándolo usted mismo o algún miembro de su familia, conocido o amigo, hágase el grito en cada casa con la convicción profunda del impacto y valor que esto genera en el fortalecimiento común e individual: que lo dirijan los abuelos, la madre o el padre de familia, los hijos adultos, adolescentes o niños sin importar el género, la identidad sexual, la edad o la “posición social”, mas hágase con brío, convencimiento y amor. Hágalo suyo y el resto gritemos, “¡viva México!”, con el mismo espíritu. Después, celebre con los ajuares pertenecientes a las fiestas patrias. Genere pláticas reflexivas sobre la Independencia, sobre sus luces y sombras, los logros y las faltas, pero, ante todo, diviértase orgulloso de la patria que le da identidad. Si lo vive solo, hágalo con entrega.
El hecho de no depender de que un superior lo haga, como tampoco de seguirlo si no lo desea, dota de poder a los individuos, mostrando que cada uno es capaz de rugir en pro del honor y los valores que otorgan libertad y autonomía, toda vez que lleva el poder al lugar que le corresponde, a la casa de la gente que construye una nación, una potestad que solo los pueblos conscientes de sí mismos pueden desarrollar. Es mi humilde opinión que si una práctica de esta naturaleza comienza a hacerse extensiva, es decir, que sean los ciudadanos los que reproduzcan el grito en sus hogares, y se consolida con el paso de los años, se fortalecerá la unidad, la consciencia social, así como un fructífero orgullo e identidad nacional, lo que repercutirá de manera positiva en las mentes de los que forman parte de este territorio, toda vez que se defiende la historia haciéndose más difícil que nos la arrebaten. Esto es igual de cierto para cualquier patria. Por ende, hago extensiva esta propuesta, sobre todo a aquellas naciones que han visto mancillada su identidad, cultura e historia, para que, a través de sus propios recursos, protagonicen su historia y sus ritos, generando dignas celebraciones desde sus hogares. Si considera que algo de razón guardan estas líneas, permítase ponerlo a prueba para irlo mejorando, no lo menosprecie y reflexiónelo, hágalo valer y dótelo de efectividad.
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He vivido algunas celebraciones como la que sugieres Mónica, para mí fue un descubrimiento digno de repetirse. Apoyo tu propuesta. Viva México desde Vancouver Canadá. Mañana estaré viendo el Grito y el Desfile Militar. Felices Fiestas Patrias.
Al leer el artículo de Mónica, recordé a Heberto Castillo dando el Grito en 1968 en la vasta explanada de la UNAM, lo cual causó gran enojo en el déspota Gustavo Díaz Ordaz, que a la sazón gobernaba México. También vino a mi memoria el fervoroso Grito que dio la finada Mtra. Celia, hace varios años, en el Instituto de Relaciones Culturales Mexicano-Cubanas Flores Magón-Mella en Xalapa, ante muchos hebertistas o amigos de Cuba. En cuanto al Grito en domicilios particulares, no me ha tocado ninguno. La idea de Mónica es buena porque ayudaría a rescatar un sano patriotismo, no sólo en México sino también en muchas otras naciones.
Agrego a mi opinión del año pasado, dos experiencias más: una en la casa de uno de “los Hebertistas” que cada noche del 15 el Mtro. anfitrión daba “EL GRITO” con su familia y afortunadamente estuve invitada. También con mi grupo de trabajo en E.M. fuimos a celebrar en mi casa, entonces desocupada, donde aproveché la ocasión para tener el honor de hacerlo yo.