Une y vencerás

Las campañas electorales están diseñadas para despertar emociones y para disuadir el pensamiento. No obstante, para discernir la verdad hay que pensar.

De alguna manera se sabía que, una vez iniciadas las precampañas y posteriormente las campañas, se desataría una guerra mediática encarnizada en la que los candidatos de los distintos partidos políticos, incluidos los independientes, se despedazarían unos a otros. En el contexto de esta batalla atroz, es importante notar que la propaganda empleada suele centrarse en la exaltación de los defectos y los errores de los contrincantes, mas no en mostrar los logros y las virtudes de cada contendiente. Como pueblo, no hemos sabido exigir a los actores políticos la erradicación de este tipo de prácticas con el fin de forzarlos a expresar mediante la propaganda, las razones de por qué constituirían una opción de gobierno a través de la exposición de su plan de trabajo. Las campañas políticas basadas en el modelo confrontativo (violento), han acostumbrado a los electores a un espectáculo mediático más semejante al circo romano que a un intercambio intelectual en el que se discutan las estrategias de un posible gobierno. De esta manera, se elimina el sentido crítico del pueblo privilegiando la aparición de emociones (repulsión, risa, odio, desprecio, indiferencia, simpatía, etc.), lo que explica por qué la guerra mediática tiene una influencia determinante sobre la opinión de la gente, en especial de los menos informados. Ello, sin duda alguna, termina por modificar la intención del voto.

En dicho espectáculo, también participa la ya bien conocida táctica de la derecha en contra de lo que queda de la ya muy golpeada “izquierda mexicana”. En ella, una serie de afirmaciones sin sustento, muchas veces completamente falsas, se vierten a través de los medios masivos de información, de las redes sociales e inclusive mediante el uso de la telefonía, tanto la fija como la móvil. Hasta hace no mucho, ya se hablaba de una supuesta injerencia chavista o de una intervención rusa cuyo único objetivo sería apoyar a un cierto candidato, aunque sin ofrecer prueba alguna. Los medios simplemente dirán: por razones “obvias” a Rusia le interesa muchísimo adueñarse de México. Así, como pueblo, deberíamos concluir que evidentemente para los rusos este asunto de las elecciones mexicanas es prioritario, pues somos actores directos en el resguardo de su “seguridad nacional” (léase con sarcasmo).

Asimismo, suele difundirse la idea de que, de llegar ese cierto candidato a la presidencia, todo el país caerá en desgracia; que ahora sí, nos cargará el payaso. Que ahora sí, perderemos todo: servicios médicos, escuelas, trabajo, casa, dinero, todo, simplemente lo perderemos todo. Que todo el gran avance que se ha tenido (note que no dicen cuál), simplemente se convertirá en un claro retroceso para todo el país; todos y cada uno de los ciudadanos se verán negativamente afectados por este hecho. Nuevamente, no se da ninguna prueba que respalde la afirmación; eso sí, en el mejor de los casos dirán: vean a Venezuela, que en eso nos hemos de convertir.

Los medios de información que responden a los intereses de la derecha mundial son, en realidad, instrumentos concebidos para manipular el pensamiento.

La realidad, no obstante, es muy distinta a la que nos intentan vender a través de los medios y está a la vista para todo aquél que se proponga consultar los datos disponibles, investigando un poco; yendo más allá de las simples afirmaciones. La verdad es que tras cada sexenio la pobreza ha aumentado, los servicios de salud se han deteriorado, la calidad de la educación escolarizada ha decaído, hay más muertos y desaparecidos, el crimen ha engrosado sus filas y los trabajos son cada vez más indignos. Hemos perdido valores y los odios han aumentado: el odio al rico, el odio al pobre, el odio a la mujer o al homosexual, el odio a la diversidad de pensamiento, el odio al indígena, el odio a lo que es distinto a mi. Los niveles de intolerancia crecen con cada sexenio; las frustraciones están desbordadas: culpamos al mal gobierno, culpamos a los corruptos, culpamos a la élite que nos dirige. Pero, ¿no somos nosotros quienes los elegimos en cada contienda electoral? ¿No somos nosotros los complacientes que no les exigimos hacer el trabajo para el cual fueron “elegidos”? Claro, en un sistema democrático se espera que el pueblo elija a su gobierno; que el poder radique en el pueblo. Pero en realidad no existe una democracia, se trata de una oligarquía. En los hechos, el problema nos ha superado y como sociedad civil no hemos sabido defendernos de tal agravio.

Los luchadores sociales están presentes en nuestro país, sin embargo y paradójicamente, no cuentan con el apoyo masivo de la gente para poder llegar a las esferas de poder, pues es desde ellas desde donde se pueden hacer los cambios de fondo. Las razones de ello son diversas. Entre otros, tenemos un serio problema de desinformación, pero sobre todo de desunión, empezando por la que está presente en los grupos que conforman la llamada opción de izquierda.

Sí, sorprende ver cómo la derecha ataca a los candidatos de izquierda sobre la base de mentiras, con la mano en la cintura, sin el mayor remordimiento; su denominador común: pocas veces o nunca se les ve desunidos. Pero asombra aún más ver cómo los integrantes del pensamiento progresista de izquierda se tiran misiles teledirigidos unos a otros para destruirse. ¿No se supone que son del mismo bando? ¿No se supone que buscan el mismo fin: el bien común? Entonces, ¿por qué tanto pleito entre todos estos actores? Bien dicen por ahí, “no malgastes esfuerzos en destruir a la izquierda, pues de eso se encargará ella misma”.

Entre otras cosas, a la izquierda la condena la diversidad de pensamiento por la simple razón de que existen grandes egos que no soportan ser “corregidos”, que no toleran una crítica o una sugerencia. Nuestros intelectuales se encuentran en una especie de adolescencia mental. No se apoyan unos a otros, se descalifican y se pelean, están en una constante competencia por el reconocimiento de una mayor cantidad de “seguidores”. Bloquean cualquier intento de incrementar el capital humano de esa élite. No buscan acreditar a otros y resaltar lo bueno. Son muy pocos quienes dan cabida a las nuevas generaciones, quienes entienden el problema de la “endogamia intelectual”. Son pocos quienes integran a sus cuadros gente con un pensamiento diferente al suyo y no se sienten amenazados por ser potencialmente superados por sus propios alumnos. Nuestros intelectuales de izquierda, en principio agentes del cambio, no son capaces de tolerarlo. Para superar estas limitaciones propias de la diversidad, será muy importante la autocrítica y el entendimiento de que un pensamiento diferente no es una amenaza, sino por el contrario, un pilar más para sostener las ideologías.

De entre todos los males atribuibles a la globalización, ha sido especialmente dañina la pretensión de homogeneizarlo todo y lo más peligroso siempre será la estandarización del pensamiento. En las escuelas, se pretende que todos sepan lo mismo y hagan lo mismo, sin importar en qué parte del mundo se encuentren. De igual modo, la sociedad castiga a quien se sale del molde en lugar de premiarlo. Ha penetrado incluso los niveles más altos de la academia, en la que ya es más importante el número de publicaciones que su calidad. Nuestros políticos e intelectuales sufren la misma dolencia y hay que cambiarlo.

Así pues, hago un llamado muy enérgico a los ciudadanos “de a pie”, que somos la mayoría, para que levantemos la voz en contra del mal interno que destruye a la izquierda desde sus entrañas. Exijamos que aprendan a debatir y a escuchar toda forma de pensamiento, sin despreciarla ni soslayarla. Que aprendan a entender que es la diversidad nuestra verdadera fortaleza como pueblo; que la imposición de la globalización cultural no sólo no nos sirve, sino que nos destruye. Que no se pueden estandarizar ni el pensamiento, ni las costumbres, ni las formas de vida. Que para alcanzar la sabiduría siempre será necesario escuchar a toda esta diversidad con el ánimo de entenderla para poder actuar en consecuencia.

Une y vencerás.

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Un comentario en «Une y vencerás»

  1. La gran pregunta es, ¿cómo? ¿Cómo, los ciudadanos de pie, podemos fungir como influencia de tolerancia para el interior de los partidos políticos de izquierda? Eso, por un lado, pero, aún más por el otro, ¿cómo se concilia la pluralidad? La pluralidad es un hecho objetivo, ineludible del ser humano, ya ni se diga de un grupo de intelectuales, de hombres o de políticos. ¿Cómo se le hace para dejar atrás el ego y los intereses políticos y personales particulares (parte de la pluralidad) en pro del bien común? Hay que unir, pero, ¿cómo? Una forma es ser uno mismo un enlace de unión, pero en el mismo hecho de dividir la izquierda y la derecha, no sólo en partidos sino en los medios masivos de comunicación o reflexión y crítica, se está fomentando la división. ¿Hasta dónde es permisible la división y quiénes son los que debemos estar unidos? Supongo que no hay un método, sólo nos puede unir el fin común. Creo que lo que pasa en la actualidad, tanto en izquierda como en derecha, ha sido de los intentos más interesantes y, quizá “mejor” logrados, por unirse los de un bando u otro, ya sin ser “fieles” al lado al que pertenecen, sino sólo al objetivo. Al final, los das opciones políticas más fuertes en este momento en México no son ni totalmente derechas ni totalmente izquierdas. Eso parece simplemente superado. La unión está reposando en el fin común, pues la realidad se está imponiendo como acostumbra: nada ni nadie es totalmente blanco o negro; izquierda o derecha. Un sólo ser humano es tantas cosas en sí mismo, que hablar de banderas o bandos políticos quizá sea absolutamente absurdo en los tiempos actuales. Hay que luchar por el objetivo, aunque en cada grupo que persiga el determinado, hayan todas las banderas.

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