Finalmente, ¿Donald Trump?
Vivimos en una sociedad condicionada por una dicotomía extremosa. En ella, todo ha de dividirse en partes aisladas, irreconciliables, únicas o excepcionales con el único fin de establecer complejas relaciones dialécticas. La lucha entre contrarios, o la rivalidad enconada entre polos opuestos, constituyen prácticamente el único modo de entender el mundo. En este escenario, poco espacio queda para las tonalidades intermedias que sin duda existen entre el negro y el blanco.
De todos los pueblos que adolecen de tan mal hábito, uno destaca sobre los demás: el estadounidense. Su visión del mundo resulta peculiar, no sólo por su manifiesto egocentrismo exacerbado, sino porque hace de la división artificial de la realidad el estandarte con el que afronta la cotidianeidad. Un estandarte que además, exporta hacia otras naciones a fin de infectarlas con su retórica basada en absolutos.
Sorprendido, estupefacto; el mundo asimila gradualmente la noticia: Donald Trump, ese personaje que según dicen encarna todos los males concebibles, es ahora presidente electo de uno de los países más influyentes del globo. ¿Cómo pudo suceder?, se preguntan los analistas visiblemente preocupados. La respuesta es muy sencilla: ese personaje cuasi-diabólico y despreciable jamás existió en la realidad. El Donald Trump que conocemos hoy no es el mismo que conocíamos hace tres años. No, no lo es. Haga memoria. La negatividad que hoy se asocia con su nombre es el resultado de la aplicación de un modelo capaz de inducir opiniones mediante la asignación artificial de propiedades ficticias a un individuo, pueblo, país o cosa.
Hillary Clinton y Donald Trump representan a un mismo sistema político, no pueden dividirse. El que se les perciba como personajes completamente diferentes y antagónicos es el producto de un esfuerzo deliberado encabezado por los medios masivos de (des)información, los cuales cumplen la agenda de los que verdaderamente ostentan el poder. Hillary era la candidata predilecta de los grupos privilegiados; Trump no. Como consecuencia, se creó una división artificial; una dicotomía extremosa en la que Hillary fue elevada hasta lo más alto y Trump hundido hasta lo más profundo. La primera fue “santificada”; el segundo, demonizado. De Hillary se ocultaron sus lacras; las de Trump se resaltaron. Crearon un personaje que encerraba todas las virtudes, una heroína. Pero también su contraparte, un ser malvado y despreciable capaz de albergar todo lo malo.
Como recordará, se explotó hasta el cansancio el carácter xenófobo de Donald Trump. Pero, ¿es que el pueblo estadounidense no es xenófobo?, ¿es posible que este hombre pudiera escapar de la influencia de la sociedad en la que se desarrolló como individuo? Como lo demostraron los correos divulgados por Wikileaks, ese mismo desprecio por los extranjeros, los indocumentados y los latinoamericanos lo exhibía el equipo de Hillary Clinton. Como si esto no bastara, Clinton, haciendo gala de un acérrimo belicismo, siempre se mostró favorable a actuar militarmente contra Irán, Siria y Rusia, incluso mediante el uso de su arsenal nuclear. Trump, por su parte, jamás apoyó la idea de la guerra, la cual, en este caso, desembocaría en una conflagración mundial de consecuencias inimaginables. En esta realidad, no hay sorpresas. Donald no es el villano que nos contaron ni Hillary la heroína que nos pretendieron vender. Hay matices, niveles de verdad. Debemos aprender a reconocerlos.
Con todo, aplicaron su estrategia implacablemente. Pensaron que Hillary ganaría sin ningún contratiempo. Después de todo, ¿quién querría tener a un demonio como presidente? En parte, tuvieron éxito. Engañaron al mundo. El que los mercados bursátiles hayan experimentado pérdidas al amanecer de una nueva realidad política no es culpa de Trump. Es consecuencia del pánico global que indujeron al hacer parecer que este personaje acabaría con la civilización humana. Mentira sobre mentira, apostaron por el miedo y la desinformación. Pero se equivocaron.
La victoria de Trump representa una fisura positiva en el corrupto y desgastado sistema político estadounidense. El pueblo lo eligió legítimamente; esto es lo que debe ser la democracia. Donald representa, nos guste o no, una porción significativa de las verdaderas creencias y aspiraciones del pueblo estadounidense. Siempre lo hizo, por eso ganó; nunca fue un monstruo para su gente. Debemos aprender a aceptar esta realidad si hemos de convivir con ellos en paz.
No defiendo a Trump; tampoco a Hillary, ni al imperio del que forman parte. Pero en honor a la verdad, debe decirse que estamos ante una oportunidad invaluable para cambiar los supuestos atávicos que condicionan a nuestras sociedades. Lo importante ahora es que ejerzamos nuestra soberanía a fin de delinear nuestro propio camino. Reflexione: ¿acaso no es triste que como latinoamericanos suframos por una decisión que atañe exclusivamente al vecino del norte? No importa quién sea el presidente de ese país: Hillary, Donald, Obama, da igual. Nos desprecian todos. La diferencia estriba en que algunos nos dan atole con el dedo y otros no. Debemos dejar de engañarnos ya.
En el ambiente se percibe angustia, mas no debe haberla. Recuerde que lo que dicen los candidatos durante la campaña son, en su mayoría, frases meramente propagandísticas. En este sentido, mantenga la calma. Es un hecho que Trump deberá matizar muchas de sus declaraciones más estridentes. No obstante, reitero, no tenemos por qué vivir inquietos por sus posibles decisiones futuras. Lo que debemos hacer es defender y ejercer la soberanía que poseemos.
Asimismo, es nuestro deber exigir al gobierno mexicano que cumpla con sus obligaciones constitucionales. Ningún compatriota debería verse obligado a cruzar la frontera en pos de la supervivencia; ese es el verdadero crimen. Un crimen que, dicho sea de paso, no es directamente atribuible al gobierno norteamericano. No desviemos pues la atención. Los muros fronterizos ya existen y demostrado está que, en general, no somos del agrado del pueblo estadounidense.
Si el vecino del norte nos impidiera llegar a su país, entones nos veríamos obligados a actuar, a cohesionarnos. Es así, y solo así, que surgirá la oportunidad de luchar por los cambios que hagan que ningún mexicano deba volver a marcharse jamás.
¡Mexicanos!, enfrentemos con valor el futuro que está por venir; ya es hora.
Como dijo Rafael Correa, para latinoamérica es mejor que gane Trump, esto nos unirá en contra de un enemigo. Pues hay que reconocer que en sí, latinoamérica no logra unirse realmente y con la injerencia gringa peor. Yo sólo espero que esto obligue a los gobiernos de derecha a velar por ciertos intereses de los ciudadanos como el acceso a trabajos que permitan vivir con suficiencia. Si los ciudadanos tuvieran todos trabajo digno, ¿para qué huir a un país tan hostil con los migrantes? Esperemos que la promesa de Trump de aplicar la política de la no injerencia en otros países sea real y por fin los países oprimidos por el imperio empiecen a tener la libertad que merecen de autodeterminarse. Felicidades por la reflexión.
De acuerdo con el artículo, es hora de ver hacia nosotros como mexicanos y volver hacia la nación; si el tratado de libre comercio ya no les sirve, a nosotros tampoco. A sembrar nuestros productos nativos, no sus teansgénicos; refinar nuestro petróleo. Hacer algo por nuestra gente. Ya basta del engaño.