Comprender a Trump

De reconocer las capacidades de otra persona no se sigue comulgar con sus valores, menos, todavía, celebrarlos. Por el contrario, observar con mirada fría las competencias de un sujeto que resulta amenazante, es un paso primordial para saber cómo defenderse. De hecho, sucumbir a las caracterizaciones fáciles y superficiales sobre un individuo que es más poderoso y capaz de lo que se quisiera, podría resultar peligroso: a pesar de que las habilidades de Donald Trump son evidentes, el discurso habitual suele coronarse con adjetivos calificativos que agravian sus competencias cognoscitivas. Esto no es conveniente ni realista. No sólo es una falla crucial en la observación del “personaje de estudio”, sino un disparo al propio pie que podría entorpecer o impedir la autodefensa efectiva.

Calificar simplistamente a un personaje, llamándolo loco, psicópata o de formas similares, no hace sino eliminar el análisis profundo de sus características e impedir la consecuente comprensión de su potencial real, que es lo único que permite el diseño de estrategias de defensa a corto y mediano plazo.

Se dice que Trump es un loco y un psicópata narcisista, que es impredecible y que, por si fuera poco, es un tonto. Estas observaciones son equivocadas. Si bien existen diversas interpretaciones sobre qué es la locura, en términos generales se le adjudica a un individuo que ha perdido la razón. Empero, Donald responde con finura a la racionalidad sobre la cual se basa y se sostiene el imperialismo yanqui. Es cierto que su racionalidad no es aquella que respalda al socialismo o al comunismo, pero esto no significa que no se trate de un sujeto bastante racional. La realidad es que el hombre es listo y aceptarlo es el primer paso para comprender contra quién se enfrentan nuestros pueblos y nuestras luchas, así como el tamaño del reto que se tiene delante.

Permítaseme continuar expresando una anécdota que podría aclarar lo antedicho. Cuando era apenas una jovencita y cursaba el segundo grado de la secundaria, un evento de la clase de historia se me quedó grabado en la memoria. Estudiábamos la Segunda Guerra Mundial y, en particular, a la figura de Adolf Hitler. Cuando el profesor nos pidió que en una hoja lo describiéramos, surgieron dudas, pues, para adolescentes, era difícil explicar quién había sido él. Entonces, el profesor dijo: “No se preocupen, si escriben que era un enfermo mental, un psicópata, un narcisista, un tonto, un estúpido, un desgraciado, un bruto y un maldito – entre otras caracterizaciones de la misma naturaleza -, les pondré 10”. Por supuesto, aquellos jóvenes de entre 12 y 13 años que poco comprendían los “hilos finos” de la historia universal, así lo hicimos. Con el paso del tiempo y la adquisición de otras herramientas de estudio, sin embargo, sucedió que, al volver a mirar a Hitler, lo que había hecho y cómo lo había logrado, comencé a comprender que el hombre no sólo no había carecido de inteligencia, sino que, por el contrario, se trató de un genio, aunque su genialidad haya sido utilizada para la más cruenta maldad. Diferenciar entre las aptitudes de los individuos de sus principios y valores es capital para el análisis serio y la correcta autodefensa. ¿De qué hubiese servido para la derrota de Hitler y de la Alemania nazi menospreciar o negar la capacidad de su líder, de su movimiento político y de su ejército?

Las emociones no reguladas incitan a creer que los genios sólo pueden ser aquellos que dotan al planeta de algo virtuoso, mas esto es falso. Tanto el lado del “bien” como el lado del “mal” tienen a sus hombres y mujeres brillantes. Observar con detenimiento a Trump es una gran oportunidad de aprendizaje para nuestros países y sus líderes; por lo que ante la pregunta, ¿cómo vamos a defendernos?, el primer paso es analizar bien lo que nos desafía.

Es posible que el referirse al actual Presidente de los EE.UU., como un peligroso psicópata narcisista sea el diagnóstico que más se lee y más se escucha. Es una pena que los “intelectuales” sean inconscientes del complejo trabajo que podría representar para psicólogos, psiquiatras y hasta neurólogos, el diagnosticar con precisión a un individuo: esto puede llevar innumerables exámenes, e, inclusive, años de observación directa y cuidadosa como para poder determinar quién es el otro ser humano. A pesar de ello, nuestros ilustrados lanzan diagnósticos irresponsables menospreciando la labor de los especialistas, toda vez que causan confusión, sin entender cómo se diagnostica a un psicópata, a un narcisista o a un sujeto que ostente ambas condiciones, lo cual aumenta la complejidad.

De tener una férrea confianza en sí mismo, y una fortaleza interior admirable, no se sigue que una persona sea una narcisista psicópata. Menos lo es porque sus valores sean capitalistas o su antítesis. Pensar en lo siguiente: ¿Usted negaría que la confianza y la fuerza interior de Fidel Castro o de Hugo Chávez no eran inmensas y excepcionales? No sólo eran unos genios sino que la seguridad en ellos mismos y en su bandera era excepcional: sabían quiénes eran y de lo que eran capaces. No obstante, también han sido calificados como locos, psicópatas, narcisistas y peligrosos por aquel sector con el cual no se comulga. ¿Por qué los nuestros no son “enfermos mentales” pero los de los otros sí? Hay que intentar ser objetivo.

Cuando un personaje excepcional se sale de los cánones establecidos, o de los intereses de una parte de la oligarquía mundial, la consigna sigue la misma prescripción: denostar al personaje, más todavía si este es extraordinario, y Donald lo es. Merece la pena comprender que esta receta aplica para la derecha o para la izquierda; para el comunismo o para el capitalismo: es suficiente con que el personaje en cuestión escape (en algún grado suficiente) a lo que exige una parte del poder que tira de las cuerdas o que describe a los “hechos”,para etiquetarlo con diagnósticos y cualidades que lo denostan. El objetivo nunca ha sido hacer valoraciones correctas, menos aún fomentar el pensamiento crítico, sino negar o invalidar al que no nos gusta. Pero, ¿de qué sirve esto?

Es posible que no se esté pensando bien. Por ejemplo, a Trump se le ha adjudicado la etiqueta de “impredecible”. Esto es un fallo de interpretación gigante: ¿En qué medida la agenda que sigue los rubros de los aranceles, las deportaciones, el rechazo a la comunidad LGTB, la discriminación, el racismo, el supremacismo, el desprecio a los latinoamericanos, la negación a la mujer de poder decidir sobre su cuerpo, el interés por hacerse de territorios que pertenecen a otros países, el apropiarse de recursos ajenos, el plan de efectuar un golpe de estado en Venezuela o terminar de aplastar a Cuba con el bloqueo, entre otros,son una verdadera sorpresa? ¿En qué medida esto era impredecible? Más todavía, ¿en qué grado esto es una novedad? Respóndase a lo siguiente: ¿Estos objetivos eran inexistentes en las agendas de los presidentes estadounidenses anteriores? El creer que sí demuestra cuan manipulados están aquellos que nos dicen cómo interpretar a Trump.

¿En qué radica el poder de Donald? En que representa con fuerza el ADN del Estados Unidos profundo, toda vez que tiene el talento y la inteligencia necesarios para intentar devolverle el poder al país norteamericano. El tipo sabe cómo, aunque esto no signifique que lo consiga.

Una de las características más admirables de Trump es que no es un hipócrita, ya que esto permite, si se quiere, observarlo de forma acertada y generar estrategias óptimas de autodefensa. ¿Por qué? Un amigo lo ejemplificó de un modo idóneo. Me dijo: “Prefiero a un enemigo honesto que a un amigo deshonesto”, e invito a reflexionar con profundidad en el valor de este enunciado y su aplicación a Trump. Su regreso a la Casa Blanca es una oportunidad para el crecimiento y el fortalecimiento latinoamericano. La inmensa mayoría de los presidentes estadounidenses, así como los de los gobiernos imperialistas, son hipócritas con descaro, lo que ha permitido que nuestra gente y nuestros gobiernos se confíen, no estén preparados para defenderse y sean tristes veletas al viento.

Trump tiene un conjunto de facultades que le permiten “hacer EE.UU., grande de nuevo”. Lo que hay que entender es cómo volvería a ser una potencia otra vez. ¿Siendo justo, equitativo, compasivo, amoroso y respetuoso con los otros pueblos del orbe? De ninguna manera, sino “perjudicando al resto del mundo, porque la única manera de hacerse injustamente grande y poderoso, es siendo profundamente injusto y depredador con los demás”, y esto no es cosa nueva de un empresario “recién llegado”. Es probable, pues, que la novedad esté en la magnitud de la fuerza con la que llega, y, al mismo tiempo, en la existencia efectiva de otros gobiernos con el poder real para protegerse del imperialismo y repelerlo, y esto Trump lo sabe. (Para saber más, vea: El poder de Trump; canal de YouTube de “Momaja Escritora”).

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